viernes, 31 de agosto de 2007

Pereza, maldita pereza

Hace un mes justo dejé a Duquesa, la gata de Davinia, campando por el paraíso felino. Abría la puerta a agosto, el mes maldito de la pereza maldita. Hoy sopla viento del norte anunciando septiembre. El fin del letargo, el reencuentro con la pantalla blanca y las maravillas que nos resten por fabricar. Cada cual las suyas y Dios en casa de todos.

Entre medias, largos paseos por la orilla del mar gaditano con mi amiga Gema buscando orejitas de la suerte que traen las aguas hasta la arena; el ir y venir de norte a sur y de sur a norte intentando comprimir media casa en la maleta que luego no me molesto en deshacer porque hago del lino negro y blanco el uniforme del verano. La playa de Sanlúcar con Doñana al fondo, allá donde muere el dulce cauce del Guadalquivir que llaman Bajo de Guía. Las corridas de agosto de El Puerto con su plaza a rebosar de gente santificando el nombre de José Tomás, la poesía vertical hecha toreo, las carnes rotas atravesadas por astas y agujas en el sesenta aniversario de la muerte de Manolete, aquel califa que se parecía a Adrien Brody. También el recuerdo emocionado a la memoria de Alfonso, para muchos "el bicho", para mí siempre maestro, genio y figura vuelto a la tierra charra que nunca tuvo secretos con él.

Alguna noche de farra intensa. Los cincuenta años de Marga celebrados a ritmo de tango, rumba y bulería, cincuenta rosas rojas sobre el mantel. La magia de un karaoke a las cinco y pico, cuando la madrugada nos transforma a todos en artistas consumados. La plaza portátil de Toro y el polvazo de los ruedos de poca monta manchando los vestidos de oro y filigrana en honor de San Agustín.

También entre medias este verano otoñal que vivimos y que iba a ser el más caluroso del último siglo según predicciones que jamás se cumplieron; las tardes tranquilas con Andrés en la terraza de casa dejando morir el tiempo hasta que cientos de cigüeñas toman por asalto los cielos zamoranos, las piedras, los siglos, las torres y los campanarios. La piscinita de dos por dos oliendo a limpio y a lejía por las mañanas esperando las risas infantiles de Lucía y de Teresa vistiendo de inocencia las baldosas. La dejadez de visitar los blogs amigos de todos los fabricantes de sueños del mundo, incluso de aquellos que no conocemos. Los folios que voy llenando en el nombre de la Cruz para la cita de septiembre en la capilla dorada. La despedida de Antonio, a quien no despedí, que ya nos envía abrazos y músicas desde el otro lado del océano. Una comida con Teresa, mi amiga de siempre, que lleva casi veinte años fuera de esta Zamora donde nacimos con unos meses de diferencia, sobreviviendo para no morir consumida en la vorágine laboral de Londres-Boston-Nueva York donde se deja la piel todos los días en un mundo que nos suena casi a película. Algún duelo que nos recuerda que somos siempre polvo vuelto al polvo. El eco de Medievalia resonando por las calles que se disfrazan de medievo en la ciudad medieval que no despierta de su letargo maldito; la nostalgia de Sanabria, sus tardes de plomo y su agua de hielo; la entrada más hermosa del mundo que un soldado de las palabras me escribió desde la trinchera de sus versos dejándome sin palabras.

Esto y algo más dieron de sí los treintaiún días que no escaparon a la pereza, maldita pereza, de agosto. Hemos sobrevivido a todo ello, así que seguimos fabricando sueños.