lunes, 26 de noviembre de 2007

Sabores

Existe una poesía de mesas y manteles, un lenguaje oculto de olores y sabores que azotan la memoria y acarician el alma.

Vinieron el viernes desde Cádiz. Mi Cái. Pepe, el maitre de El Faro de Cádiz. Mi Cái. Las papas aliñás para abrir boca. Y el recuerdo de la hora del tapeo estallando en el paladar, empapado en aceite de oliva virgen de color dorado, como los atardeceres junto al castillo de San Sebastián. Como la cúpula que se yergue sobre el Campo del Sur. Y el sabor de las noches de Carnaval a reventar de gentío por las calles de la Viña que conducen a su fachada blanca con farolillos mientras ronronean las olas por Arricruz.

Después las tortitas de camarones, el secreto de la harina de garbanzo y la estopa de los camarones, los mismos que saltan como pequeños insectos en los puestecitos de los mariscadores. El olor marinero de Cádiz. Mi Cái. El aceite en ebullición formando puntillas y filigranas. Mi corazón en ebullición echándote de menos. Mi Cái.

La nostalgia en su punto de cocción. El sabor a sal atlántica de gambas y langostinos, las cabezas como frutos jugosos extraídos de la mar generosa. La estampa de los barquitos faenando en la noche, pululando como una constelación sobre las negrura de las aguas. La luna en lo alto, el olor de las algas, la arena humedecida, el silencio.

Y los mandilones al pie del fogón. Las acedías deshaciéndose como gloria bendita en la boca, el cazón y el adobo llamando los cucuruchitos de papel al pie del mar, esas comidas en solitario en la misma playa bendecidas de comino y oloroso. Mi Cái, que huele a salazón tres veces milenaria.

La alegría dorada de la manzanilla y el fino, el sabor dulce de uva macerada y añeja del Pedro Ximénez, el poso travieso del Barbadillo en la lengua, el pellizco en la garganta. Jerez, Sanlúcar, el Puerto. El beso, el brindis, el latido.

Los sabores de mi Cái, erigida sobre sus sabores. Sazonando, poniendo vida en los manteles extendidos sobre mi alma.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Luna llena

Son las 5.37 de la madrugada. Llego ahora a casa después de consumir la noche y las primeras horas de este nuevo día en compañía de los míos. Hiela sobre Zamora y los coches van acumulando sobre sus chapas el blanco rastro del frío que nos corta la cara como cuchillos.

Una luna llena, insultantemente blanca, eternamente redonda, acompañaba mis pasos de vuelta a casa mientras la ciudad dormía con las persianas bajadas. Y regreso pensando en las lunas llenas de la primavera, en las lunas de la Pasión, en las lunas que ya siempre soñaré dibujando caminos de plata sobre el mar.

Es tan bonita, que necesitaba contároslo.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Lucía


Hace seis años se encendieron tus ojos verdes y miel como dos lamparitas para iluminar el noviembre tardío y todo mi mundo. Entonces brindé a orillas del Atlántico con vino de Toro, la sangre de nuestra tierra, para celebrar la tercera generación en nuestra casa. La dulzura, la vida. Tu inmensa belleza.


Te quise desde que eras un garbancito apenas imperceptible en el útero de tu madre. Después, cuando te tuve entre mis brazos, pensé que me faltarían las fuerzas para sostener toda la ternura del mundo. Te quise cuando eras un gurruñito en tu cuna, arropada de amores con tus ositos y tus pijamas de felpa. Y aprendí a besarte con los ojos, a cantarte en voz baja, a susurrarte los nombres, a contar tus días y tus noches como si en ello me fuese la vida. Porque me calcas los remolinos del pelo, el trazo de la sonrisa, el hoyuelo de la mandíbula. Porque tus manos son como mis manos y tus pies son como mis pies. Porque devoras los días creciendo y aprendiendo, compilando soles y lunas a los pies de tu cama. Porque enciendes de primavera todas las mañanas del mundo.


Han pasado seis años. Y esta mañana el murmullo del Duero me sonó a acción de gracias. Y repetí con la memoria aquel brindis a orillas del mar en la sinfonía de otoño que se posa sobre las madrugadas de piedra y las alamedas desnudas. Y compuse tu nombre, Lucía, como una nana antigua de tierra adentro, con la voz profunda de mi sangre.


Porque sólo tú salvas el frío de este noviembre inhóspito. Porque me sigue colmando el precioso, impagable, regalo de tu existencia.

martes, 20 de noviembre de 2007

Ya son cinco


Sé que Olga se portó como una campeona y que Fernando lloró de emoción el día que sus tres pequeñajos asomaron las orejas (seis orejas, seis) al mundo en la tierra burgalesa de su madre. Sé que esperaron treinta y siete semanas con emoción y expectación para contemplar sus rostros y poderlos abrazar, ya liberados de la protección cálida del vientre de su madre.


Sé también que algún día les contaré cómo se conocieron sus padres en esta Zamora nuestra y cómo supe un día, por el brillo de los ojos de ella, que se habían enamorado sin decirnos nada. Y que siguen igual desde entonces, floreciendo los frutos.


Sé que desde que vinieron al mundo en casa de los Fombes se duerme mucho menos, aunque la alegría ha venido multiplicada por tres, aunque entre tomas y bibes y pañales anden a todo trapo. Sé también por el blog que su padre les/nos escribe (http://www.trillizosburgos.blogspot.com/) que Carlota, Gabriela y Fernando son unos bebés sanos, aunque Carlota les pegue algún sustillo de vez en cuando, y que se merecen por derecho propio un sitio en esta fábrica de sueños. Porque ellos tres representan el futuro y la esperanza en este mundo que nos empeñamos de cubrir de mierda. Porque son tres soplos de vida, tres guiños de amor en este otoño frío que nos congela los besos y el alma.


Y yo os mando un beso, pequeñajos, porque sin saberlo formáis también parte de mi vida, como yo soy parte de la historia de la vuestra, aunque todavía no nos conozcamos. Porque supongo que también un día os hablarán de mí.


Porque hoy, que las palabras parece me pesan más de costumbre, os contemplo en vuestra primera foto de familia y me hacéis más ligero el camino y más fácil la sonrisa. Porque frente a tanto punto y final vosotros sóis el punto y seguido, las frases por escribir, las sonrisas por descubrir, la vida abriéndose paso. Y sé que os quiero y que tenéis el mundo entre las manos.


Un besazo a los cinco.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Bajo cero

Ahora que la noche nos condensa el aliento. Ahora que un espectro blanco se posa cada madrugada sobre los campos. Ahora que los termómetros recitan como una letanía antigua su manifiesto del invierno.

Ahora que los besos se congelan. Ahora que las caricias mueren de frío.

Estamos a bajo cero.

martes, 13 de noviembre de 2007

Castañas

Noviembre es el mes de las castañas, de la fiesta del Magosto, de los cucuruchos de papel. Era el mes del olor a gloria bendita en la esquina de San Torcuato donde tenía su puestecito Transi la castañera, aquella mujer pura bondad que sonreía siempre tras sus gafas de culo de vaso.

El puesto de Transi era parada obligatoria para las niñas que estudiábamos en La Milagrosa. Recuerdo los días de niebla cerrada y frío pajarero en que brillaba su lucecita amarilla como un lucero para los navegantes. Y el crepitar de las castañas en su asador de lata con el carbón consumiéndose por debajo. Y las manos ásperas llenas de ternura. Y la caricia caliente del papel en las manos, como un abrazo en medio del temporal.

Hace años que Transi nos dejó. Hace años que quedó vacía su esquinita y se apagó aquella bombilla amarilla que era como un lucero de gominolas y castañas asadas en mitad de San Torcuato. Pero noviembre siempre nos devuelve su presencia, la caricia de sus cucuruchos calentitos, la sonrisa repartida entre todos los que dejamos al pie de su hornillo de carbón retazos de nuestra infancia. El nombre que los que vienen detrás ya no conocerán.

Y ahora que intento redescubrir mi ciudad con ojos de adulta, echo de menos el puestecito verde, la bombilla mortecina, la mirada de culo de vaso. Y, sobre todo, a la niña que se paraba de cuando en cuando a comprar un cucuruchito de castañas.

En noviembre, en la esquina de San Torcuato, donde Transi, de siempre.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Latidos

Esta mañana, entre otras cuatro pruebas que no vienen al caso, me hicieron un eco-cardio en el hospital. No tenía ni idea de lo que era, pero ví mi corazón latiendo en blanco y negro a través de una pantalla de vidrio.

Tuve suerte; el médico no me dijo que estaba partido en dos, así que me sentí una jabata porque latía fuerte y a su bola.

Tendremos que celebrarlo.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Muertos

En estos días los muertos les llevamos flores a los muertos. Como si fuésemos distintos. Como si estuviésemos vivos.

Imaginamos que la muerte habita los cementerios ignorando la muerte que llevamos encima, lo muertos que estamos. Que las calles están llenas de muertos. Que las casas están llenas de muertos.

Ahora que no quedan sueños, pero tampoco lágrimas. Ahora que la sucesión del tiempo es pura inercia y un día es igual que otro día y que otro y que otro. Y una noche igual a otra noche y a otra y a otra.

Ahora me doy cuenta de que tengo el armario lleno de cadáveres y que no soy si no otro cadáver que se pudre en armarios ajenos donde mañana no seremos nada. Y que este día de Difuntos me sorprenderá llevando flores a mi propia tumba.