viernes, 27 de junio de 2008

Duele

A veces uno escucha cosas tan bonitas que te da la impresión de que todo está escrito. Que nada de lo que reste por decir no se ha dicho antes. Que todo lo que escribas es un borrón de algo que alguien dijo primero. Que existe siempre alguien enfrente que descifra tu corazón letra por letra, compás por compás, y le pone música antes de que a tí se te ocurra.

Y rabias porque no es tu letra la que ocupó esos folios. Porque no dibujaste tú las frases mágicas del amor. Y maldices porque no es tu voz la que acompasa las seis cuerdas de una guitarra. Y cantas por lo bajini lo que escriben otros para llenar de soles el día a día. Y pones semillas en la tierra como notaciones en los pentagramas.

Entonces nos duele la vida. Entonces nos duele el silencio. Entonces nos duelen las canciones. Y los recuerdos. Y el futuro. Las tardes, las noches. Y nos sorprende la madrugada en soledad mascando letras de otros. Desnudando el alma en ventanas ajenas. Y duele. Duele de puro bonito. Y duele porque también el querer es dolerse a veces.

Duele. Y no hay más cadena que esta memoria que no cesa.

Y sigo en mi trinchera, corazón. Tirando piedras a la nada.

(Canción: Semilla en la tierra, de Carlos Chaouen)

lunes, 16 de junio de 2008

Gigantes

Los vimos por las calles, rompiendo el cielo con sus cabezas regias, danzando sobre el asfalto de la media tarde, dictándole a los vientos su nombre.

Ayer los vimos vestidos de verano, estrenando sus pasos sobre las losas, pintando de alegría las viejas piedras, encendiendo en sonrisas infantiles la mitad de junio.

Son los gigantes de esta ciudad. Los que sueñan. Los que pelean. Los que construyen. Los que aman. Los que sostienen las nubes. Los que nos arropan los latidos. Los que derriban las murallas.
Los que apenas miden metro y pico, aunque sea un pico largo. Los que tienen cuarenta nombres. Los que se emocionan. Los que devoran estrellas al pie de las almenas. Los que visten la noche con la voz ronca del vino peleón.

Los gigantes vivos de esta tierra iban en el vientre de los gigantes inertes, sosteniendo en sus hombros sus armazones de siglos. Derribando los cercos, abriendo las puertas.

Los gigantes de esta tierra, mis gigantes de Capitonis Durii, salieron a la calle a enseñarnos sus sueños. A demostrar que en la ciudad de las leyendas y el silencio queda espacio para los sueños, por inmensos que estos sean.

domingo, 1 de junio de 2008

Preciosa

Está preciosa con su cabeza rapada. Con las orejitas pequeñas pegadas que tanta envidia me dieron siempre. Con sus inmensos ojos verdes por donde rezuma la vida bajo las pestañas oscuras.

Está preciosa con su pañuelito blanco, el que se puso esta mañana cuando salimos a la lluvia a dar uno de nuestros paseos, esta vez corto y despacito porque no le daban más de sí las fuerzas. Está preciosa cuando nos ponemos a los pies del Cristo que abarca Zamora entera en los brazos de su Cruz.

Está preciosa con la peluca que ha estrenado con la misma ilusión con que estrenan los niños zapatos, donde pone a salvo sus ideas del frío de este mayo anodino y este junio que parece marzo.

Está preciosa con los gorros que se ha ido probando para el verano, que ocultan que la enfermedad le ha robado su brillante melena caoba. Está preciosa con la sonrisa de signo peremne que acunó a cientos de niños.

Es Amelia. Mi amiga. No sé siquiera si le diré algún día que una noche escribí esto. Que admiro su valentía. Que me emociono escribiendo sobre ella como ahora me emociono. Que está preciosa con su cicatriz bajo la que late un corazón precioso. Que cada día que compartimos es una lección de coraje, de replantearme lo que somos, lo poco que importan las cosas que importan poco.

Es Amelia. Mi amiga. Ella dice que me admira. Y cuando la miro me pregunto si yo sería capaz de cargar a las espaldas con su enfermedad y llevarla encima con esa inmensa sonrisa, con esa inmensa esperanza. Quizá por eso la quiera tanto.

Preciosa por dentro, preciosa entera.