miércoles, 29 de julio de 2009

Capataz


Podría decir, en su descargo, que capataz viene de capaz cuando hablamos de él. Que es tan mágico que hace que a mi, que jamás he pisado Algeciras en los días de Pasión, se me encoja el corazón cada Domingo de Ramos porque sé que su Borriquita está desfilando por aquellas calles llenas de luz y poniente.

Podría decir que me emociona ver en su messenger, a partir de enero, cómo cita a sus cachorros, a su plantilla de costaleros, para comenzar los ensayos y repetir la coreografía de Pasión que mamó en casa casi antes de aprender a caminar.

Podría decir que rezuma amor, que la voz se le quiebra de cariño por su gente cuando habla de 'su' cuadrilla del arte. Que es de arte porque la amasó su padre mientras él echaba los dientes cerca del arrastrar de las zapatillas, de los sudores y las emociones de esos hombres que abrazan la madera faldillas adentro para que el Hijo de Dios pise la tierra al pie del mar, al sur del sur, mientras despunta en flor el azahar y la primavera.

Podría decir que hemos consumido madrugadas devorando estrellas y vídeos, haciendo memoria, compartiendo sueños, rezando por lo profano, contando los latidos, hablando ese idioma que sólo conocemos quienes sumamos procesiones aferrados al mismo leño, apostando a la misma trabajadera, hermanos en el camino, a una voz. Podría decir que conozco casi como una letanía los pasitos cortos, la subida por Montereros, el perfume de los lirios, la alegría sureña que desborda las calles cuando camina por ellas, navegando entre el gentío, el Jesús del Amor.

A mi amigo Darío le ha cesado como capataz de la Borriquita en su Algeciras del alma una directiva incompetente que, incapaz de asumir sus errores, castiga la verdad con la mordaza y el trabajo callado con la patada en el culo. Las mismas mordazas, las mismas celdas, las mismas cadenas de norte a sur. La misma impotencia, la misma prepotencia que ensucia los días santos en nombre de un dios en minúscula que se llama soberbia.

Podría decir que le admiro por su inmensa fuerza, por su inteligencia, por su claridad y por su valentía; podría decir que es lo mejor que me traje de Cádiz cosido al corazón, repitiendo palabras que ya son sueños en esta fábrica sin apenas sueños donde siempre ocupará un lugar de privilegio ganado a pulso con la seducción de su sonrisa, tan sin anunciarse, tan pegada a sus labios.

Podría decir que me siento orgullosa de su defensa a ultranza de los suyos, de sus palabras sin recovecos. Podría decir que, de haber nacido hombre, hubiese sido un honor escuchar su voz cada Domingo de Ramos en cada levantá. Que el traje no hace al capataz, que el servilismo no nos hace libres, que el silencio no es un tratado de capacidades. Que es el capataz más capaz, mucho más allá de las puñaladas y la hipocresía.

Y te lo digo, Darío, porque seguirás siendo capataz entre los obreros de esta fábrica, en los desordenados sueños de cada pasión; porque cuando Jesús entre en tu tierra a lomos de una burra, sonreirá reconociéndote niño entre los niños. Agradeciendo, bendiciendo.

Yo, mientras, te abrazo. Porque abrazarte, amigo, es dejar que se cuele por mi alma el soplo cálido de tu aliento, la brisa y los vientos que llevas aparejados en tus tripas y devolvértelos siempre en forma de sonrisa, que es lo único que cabe entre tú y yo.

Te quiero.

(Y para que sepáis de qué os hablo, os dejo este enlace, porque sobran las palabras)

jueves, 2 de julio de 2009

Juana, cárcel y libertad


Las mujeres somos reinas. Las mujeres somos torres, fortalezas, cárcel y libertad.

Juana fue Reina ensimismada en la prisión de sus amores por caprichos del destino. Encrucijada de la avaricia de los hombres, que intentaron quebrarla como un juguete roto en el tablero político de una tierra con dos aristas, dos culturas, Castilla y Flandes, dos dinastías, dos coronas, dos hombres, dos Reyes, Fernando y Felipe, dos nombres, dos látigos de amor de quita y pon y egoísmo de hoja perenne que rubricaron con sus azotes su destino.

La figura de la Reina Juana, la cautiva de Tordesillas, continúa fascinando con el paso de los siglos. Por sus silencios, por sus pasiones, por esa locura que no sabemos si fue tal. Por esa cordura que no sabemos si fue tal. Juana de seda y acero, Juana prisionera al pie del Duero rumiando crecidas, Juana atada a la tierra. Juana soñando. Juana esperando. Juana más allá, haciendo verdad el cielo a través de los barrotes, si su cárcel primera fue su vientre y su alma, si la libertad existe más allá de la herida.

Juana somos todas. Una parte de Juana pervive en la mirada de las mujeres que aman, que ríen, que sufren, que se angustian, que se inmolan, que gritan su soledad al viento. Una parte de Juana pervive en las gargantas oprimidas, en los besos de veneno, en la mano que acaricia y azota a partes iguales a todas las juanas del mundo. Juana, muerta, permanece en el poso de las que viven. Juana, viva, permanece en el poso de las que mueren, confinadas a cárceles de temor, rabia y miedo. Cárceles de amor convertidas en castigo y culpa.

De la mano de Carlos García Adeva, descubrimos a una Juana de carne y hueso, hembra antes que reina; mujer, que no icono. Juana sin corona, con el destino tatuado en la mirada y en la piel. No es la Juana estática de las pinturas renacentistas, la más bella hija de los Reyes Católicos, heredera por capricho de Dios o del demonio. No es la Juana madre del glorioso emperador que consolidó la dinastía en el tiempo lejano en que el ombligo del mundo conocido pasaba forzosamente por las Españas.

De la mano de Carlos García Adeva descubrimos a la Juana del grito, la Juana del llanto, la Juana de la soledad, la Juana de la angustia, la Juana del miedo, la Juana de la impotencia, para que sea una llamada a la esperanza y a la libertad, para que sea un canto a la ternura que quedó muriéndose en sus entrañas. Juana libre, al fin, de sus demonios y sus desvaríos, de sus momentos de lucidez, de sus amores malditos. Juana eterna al pie del Duero, Juana de Tordesillas, Juana en Tordesillas.

A través de los siglos, Juana se multiplica en miles de juanas, en miles de reinas destronadas en lo cotidiano, miles de juguetes rotos, miles de sueños quebrados, cadenas sin eslabones; miles de soledades a la sombra de sus mazmorras. Juana se alza entonces también como bandera, como la mujer de orgullo y piedra que soportó en pie la sentencia de su destino y sobrevivió a los hombres y a los nombres, a la tierra, al trono y a la reclusión.

Nunca una corona pesó tanto sobre las sienes de una mujer.

(Como la fábrica está temporalmente detenida, subo este texto que escribí hace un mes para el catálogo de la exposición del genial Carlos Adeva con motivo del V centenario de la llegada de la reina a Tordesillas. Es también mi manera de decirle a la Reina Juana que, cinco siglos después, su figura continúa fascinando).