martes, 21 de diciembre de 2010

La chica que inventaba mariposas


Cuando Ana pasaba por las calles, era como si un ejército de mariposas se desplegase danzando por el aire, como si se acabase el invierno allá donde ella pusiera el pie, como si no hubiera noche allá donde empezaba su sonrisa, tan clara, tan maravillosa.

Yo era muy niña y la veía casi como una diosa hippie con sus cabellos al aire y la rebeldía del gesto, con la mirada clara rasgada en negros como una reina antigua del Nilo criada a orillas del Duero, entre el serrín de la carpintería de fachada rosa y la música del violín del señor Franco, un alquimista de la madera, un fabricante de sueños de manos prodigiosas.

Yo era una niña y la veía abandonada a sus carboncillos, a su pintura poderosa, pintura hembra y rotunda, conjugando la libertad en los trazos, espantando las soledades, jugando con la vida desde el coraje que sólo conocen los muy valientes. Yo era una niña y aún juro que nunca escuché con más veneración, con más cariño, con más respeto la palabra 'maestro' que en sus labios sonaba casi como una oración cuando hablaba de mi padre, como una Magdalena sin llanto y sin dolor, como la discípula más amada, la más querida. Ana.

Y fui creciendo sin perder de vista el aleteo de sus mariposas, la admiración ante la belleza que se posaba en todo lo que tocaba, la transparencia del verbo, el compás del latido, la calidez del abrazo, el verso de la sonrisa, la ternura que se multiplicó por mil cuando asomaron al mundo desde el milagro de su vientre Kankel,que escribe mariposas en el viento, Sergio y Mónica, su niña-siamesa, si parecía que hubiesen nacido unidas por un espacio común que va mucho más allá de las amorosas cadenas de un cordón umbilical.

Y nos reimos juntas, y nos reímos también de nuestras lágrimas y Ana seguía inventando mariposas, cosiendo primaveras en los cabellos, pintando a mujeres, retratando a los artistas, enseñando a los niños a modelar procesiones y portales de Belenes, bebiendo la vida a dos manos, poniéndose en pie sobre las arenas movedizas de la vida, sobre las heridas en el pecho, que a veces son tan voraces que nos engullen sin que nos de tiempo a apurar la copa de la alegría.

Ana se nos fue de vuelo en la mañana del domingo, libre como los halcones de Óscar, libre como los millones de mariposas que poblaron las calles aunque en diciembre las mariposas no se vean; libre como los millones de mariposas que caen en forma de lluvia en este diciembre húmedo, aunque no las escuchemos danzar en su cintura de aire, en su pelo invisible, en el rastro de su mano sin mentira, en el eco imperecedero de su canto. La dejamos ayer en la tierra, tan leve, empapada de amor y de esperanza, de la promesa de la vida al otro lado de la vida.

Gracias, Ana, por tantas cosas, por tanto arte, por tanta fuerza, por tantas mariposas que siempre serán tu sonrisa, tu presencia etérea a nuestro lado. Ahora, en tu vuelo, dime si de verdad es blanda, si existe la ternura, si ya conoces los secretos de la luz; dime, Ana querida, queridísima, a qué sabe tanto amor en lo eterno.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Ochenta centímetros

Tú me has enseñado que noviembre es el mes que da y quita a partes iguales; que la vida se resarce con creces de todo aquello que te robó a traición; la pena inmensa, el pasado sin tiempo, la inmensa esperanza, la dulzura de tu nombre con tilde, todo o nada, la apuesta por lo que tenga que venir. Tú me has enseñado que hay mañanas en que el sol brilla detrás de la niebla, imponiéndose, rebelándose, aunque mis tacones resuenen húmedos sobre los empedrados húmedos y las fachadas rezumen agua de invierno anticipado que resuena a verano en mi estómago.

Tú me has enseñado que el rastro de los besos antiguos en mi boca se pierde en la oscuridad cereza de un vino díscolo, que existen besos nuevos que redactar sobre la sábana recién estrenada, en la almohada compartida, en el compás de los latidos, en la música callada que destilan tus ojos cuando me miras, en la felicidad que casi duele cuando golpea mis carnes con sus nudillos de vértigo.

Tú me has enseñado que un puñado de días compensan una vida o un puñado de vidas si las desgasto contigo. Que la ternura también tiene nombre de noviembre; que noviembre también acuña en su nostalgia de difuntos y nueces el amor y la primavera, las flores y las promesas; que las patas de gallo son el justo tributo de un tiempo de heridas que nos hace más fuertes, más hermosos, más sabios.

Tú me has enseñado que existe un paraíso de ochenta centímetros de anchura donde cabe la inmensidad de tu abrazo, la resurrección de la sonrisa, la calma que precede a la guerra, la paz que escampa sobre todas las batallas.


Gracias siempre por abrir en esta fábrica de sueños una ventana con vistas a la alegría.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Mandarinas


Cuando estábamos juntos, noviembre olía a mandarinas. Y los besos sabían a mandarinas. Y las caricias eran de mandarina.

Noviembre este año viene frío y cada vez percibo con menos nitidez el mar, varada en la piedra como una sirena de tierra adentro que no sabe a qué mundo pertenece. Echo de menos el mar y no lo escucho, por mucho que abra mis oídos. Por mucho que cierre los ojos. Por mucho que apriete los puños. Por mucho que desee escucharlo yendo y viniendo, como una cantinela que no cesa.

Noviembre viene con nieblas que silencian los sonidos, desdibujan los nombres, empapan la memoria. Noviembre viene con crisantemos y difuntos, con la humedad en las calles, con el vacío en el estómago y el hambre en el corazón. En noviembre siempre te echo de menos.

Pero hoy he visto mandarinas en casa y te he recordado con una sonrisa. Y por un instante escuché el mar. Y el aire me supo a mandarina sobre los labios. Y el aire me acarició con el tacto de lo perdido, de lo que ya no existe.

(La imagen, preciosa, la robé de aquí)

lunes, 18 de octubre de 2010

Te necesito lejos


Te necesito lejos para quererte tanto, para seguir queriéndote como se quiere todo lo que no se posee. Para desearte como yo te deseo, como yo te evoco, como yo te veo: abierta de brazos, con el Atlántico disfrazado de verano en los noviembres de Tosantos, con tus nardos de octubre, con tus cielos rotos cuando escampa sobre la tierra y diluvia sobre el mar, con los vientos aprisionándote, con los versos de febrero contra la madrugada, con la luz última sobre las azoteas, haciéndote pequeña en el retrovisor, inmensa en mi alma.

Te necesito lejos para amarte como yo te amo, como se aman aquellos que se ven a escondidas y se entregan con la locura de devorarse, de destrozarse de amor por si no hay una próxima vez, con la urgencia de descifrar hasta el último poro, por si no hay más besos, más lenguas, más sábanas, más noches, más lunas.

Y cuando te echo de menos es cuando me siento dichosa de llevarte dentro, como si te hubiese parido mi propio vientre hace tres mil años, como si aquel maremoto que te zarandeó hubiera sido la impotencia de no tenerte, la maldición de no saberte, de vivir encadenada a dos tierras, de no alcanzar con los ojos allá donde siempre llegan mis sueños, de querer borrarte para no soñarte más, para no amarte más, para no tenerte nunca, como si nunca hubieses existido.

Porque yo te amaba cuando me desgastaba por tus empedrados con un amor falso que no dolía, sabiéndote mía bajo mis pies, abarcándote con los ojos frente al mar, la cúpula coronándote, las gaviotas en vuelo, la inmensidad de lo azul, el invierno encabronado en grises. Porque yo te amo ahora, cuando cierro los ojos y te acaricio entera, sin fisuras, con la herida de los kilómetros que se clavan como cristales afilados en mi estómago, uno a uno, hasta desandar el Camino de la Plata que siempre me conduce a tu abrazo. Y siempre me sabes a poco, y siempre quiero más.

Porque yo te beso igual que te lamen las aguas, en silencio, y siempre regreso, como las mismas aguas, para seguir echándote de menos, para seguir amándote como te amo ahora, como te amaré ya siempre, llena de ausencia, llena de ti; para seguir escribiendo en mañanas de octubre anodinas, como esta mañana de hoy en que el otoño se posa tierra adentro y caen amarillas las hojas y siento el desgarro, el gozo de no tenerte y de saberte siempre conmigo, encajada entre mi carne y mi ropa, incrustada en mi estómago, con tu nombre escrito en las venas, en los ovarios, en los pulmones, en los ojos, en los latidos: Cádiz. Mi Cái. Siempre mía, porque no te tengo.

Y desayuno cada día en la taza de los siglos, y bebo los vientos por tus esquinas. Te necesito lejos para seguir empapándome de amor.



(La foto, cómo no, es de Manué. Cádiz en azules, tremendamente hermosa)

jueves, 23 de septiembre de 2010

Guardiana de las tres letras





















Hace dos años y pico la vida decidió sonreirme en el poso de su sonrisa. Tan pura, que a veces parece cristal, berrendo en transparencia. Tan frágil que a veces se rompe como todo lo que se lleva el viento. Tan fuerte, que parece también esculpida sobre la piedra dorada de Salamanca. Tan infantil, que cuando ríe es como si un ejército de niños coreasen al mundo su alegría. Tan madura, que cuando despega los labios, es como si los siglos se rescolgasen de su boca para coser las palabras. Tan de verdad, que a veces me da miedo cerrar los ojos por si un día dejo de soñarla.

Hace dos años y pico se posó en mi vida como un abrazo que abriga pero no aprieta, con el invisible hilo que ata pero no aprisiona, con esa sonrisa que a veces ilumina todas las estancias de mi vida. Leve como el albero que pisan los toreros, eterna como un lance mágico revoleando los vientos. De una sola pieza, como los bloques que paren a golpe de cincel las canteras, como las cosas que se dicen y que no se dicen, como los nombres que pronunciamos en voz baja. Clara como una luna de estío; cantarina como el curso del Tormes cuando se detiene bajo los puentes para ser espejo de las cúpulas y los campanarios. Sólida, como los dolores que se mastican en silencio cuando nadie nos contempla. Hermosa como todo lo que no tiene tiempo. Tierna como el pan recién cocido, cálida como el vientre acuoso de las madres, como las madrugadas de confidencias sin horas, como los amaneceres atlánticos al sur del sur.

Ella es Ana. Tres letras, un capicúa, dos sílabas, un mundo que habita en mi mundo, un cante antiguo, la garganta rota, el corazón colmado, un latido en la caldera de esta perezosa fábrica de sueños que apenas tiene tiempo de soñar.

Y así la quiero siempre: generosa, buena, bañada en luz, guardiana de las tres letras donde se redacta, de poder a poder, toda la alegría.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Inventando un doce de septiembre

Todos, alguna vez, hemos sentido un once de septiembre en las entrañas, en el pecho, como si bajase fuego por el esófago incenciándonos, desmoronándonos, pulverizándonos, haciéndonos nada, ceniza y desgarro. A todos, alguna vez, se nos han vencido las tripas y el alma como si fuesen dos gigantes pasados a queroxeno y muerte por el impacto de un avión con nombre de deseo y maldición, un tsunami por el aire, con el desamor en el fuselaje y la soledad por combustible.

El mundo sobrevivió al once de septiembre que hizo saltar en pedazos su corazón con la ley del terror por bandera. Y nosotros, todos, sobrevivimos a nuestros onces de septiembre de andar por casa, los de noviembre, los de febrero, los de abril, poniéndonos en pie como colosos de acero y hueso, inventando doces de septiembre sobre los que erigir nuestro mundo de puertas adentro, desafiando a las leyes de la gravedad y de la memoria, mirando hacia lo alto, el puño en alto, el corazón en alto, la sonrisa por el aire, quemando en las calderas de una fábrica de sueños cada once de septiembre de nuestra vida como si sólo fuera eso: un mal sueño que nunca debimos tatuarnos sobre la piel.

(Y esto, en este doce de septiembre que ya despunta, va por tí, que anoche me pediste que soñase).

sábado, 21 de agosto de 2010

Abrazarte, beberte, devorarte


Quiero abrazarte con los ojos, limpiarte el salitre con las retinas, empaparme de tu piedra porosa, de tus callejuelas estrechas donde corren los vientos como niños jugando al fútbol.

Quiero escuchar las voces atlánticas paridas a golpe de compás y latido en Santa María, el rumor de pasos y oraciones a los pies del Greñúo cada viernes, cuando te postras en espera del milagro.

Quiero beberme el sol naranja cerrando el día en La Caleta, tu Campo del Sur bañado en colorines y cúpula, tus empedrados rezumando verano al mediodía, tu cielo inmenso cubriendo como una lona en azul el mar.

Quiero devorar estrellas en La Viña, esperar febrero en La Palma, tatuarme en el alma las sonrisas de los que amo, romperme la garganta soñando Carnavales, amansando la arena dorada con la caricia de mis pies.

Quiero, necesito abrazarte entera, para que no se me olvide tu pulso y tu cántico, tus veranos encendidos, tus inviernos plomos, el olor de las algas en la madrugada, para dictarte una vez más mi nombre como quien recita una promesa, un acto de fe; para que siempre me abras los brazos, como un Cristo sin Cruz, como una gaviota de blancas alas, como la mujer apostada en la puerta del que llega cansado a casa.

Mañana, a estas horas, mi Cái, viviré en tu abrazo.


(La foto es de Manué, que abraza con los ojos la Tacita como nadie)

miércoles, 18 de agosto de 2010

Palosanto y oro





Me han contado que en el cielo no cabía ni una estrella más. Que la noche se posó suavemente sobre el albero, como cuando bajan las golondrinas las tardes en que Morante deslumbra al mundo con su capote. Que la emoción de los tendidos sólo era comparable a cuando sale el Cristo Jesús del Prendimiento por el barrio de Santiago, el más gitano, el más flamenco, cuando llegan los dias de Pasión. Que se barruntaba la locura, como cuando Rafaé pisaba el albero en majestad, mágico, misterioso, y se abría de capote para mecer al toro por bulerías, a compás, acariciando.

Me han contado, o lo he soñado, que en Jerez, tierra adentro, el mar se adivinaba como si fuese la tierra misma, besando las orillas de las barricas y los vinos dorados, lamiendo las heridas de todos los tiempos; que soplaban en silencio aires de levante y de poniente, que las olas atlánticas empaparon de sal las almas hasta los tuétanos y más allá, entre dos aguas siempre; que la brisa se trajo desde la Isla el susurro de Camarón por los aires; que las palabras dejaron de ser palabras y la música fue el verbo, el principio y el fin, los cantes antiguos, los cantes nuevos, los acordes, los arpegios no inventados, uñas arañando, rasgando las tripas dibujando el punteado, el latido, la noche en lo alto, el infinito, la nada.

Paco de Lucía, palosanto y oro, bordón en azabache,toreaba al mundo sostenido en seis cuerdas, convocaba al milagro sobre el ruedo jerezano, agosto quebrándose por la cintura, asomado, vencido, desparramado en el albero como la sangre que llama a la sangre, como los aceros a la muerte, como un verso, como un prodigio. Me han contado que en cielo no cabía una estrella, lleno de no hay billetes, puerta grande, gloria, eternidad.


(La foto es de www.jerezjondo.com)

jueves, 12 de agosto de 2010

Balborraz abajo



Los días y las noches de la ciudad conducen, Balborraz abajo, hacia el Duero, la calle del agua, la calle bravía que se revuelve a los pies del puente, que se bebe la muralla que nos cerca y la disuelve como si fuera piedra soluble que desayunar todas las mañanas.

Los días y las noches marcan perezosos el silencio, la garganta rota de una ciudad que suena a silencio, que vomita silencio, como si la misma pereza ordenase callar en agosto, por decreto, bajo la canícula y la promesa de nuevos soles, mientras resucitan por las calles los fantasmas, las leyendas medievales, la música, la escultura, el verano erigido Balborraz abajo como un tributo a la gente que se atreve a expresarse en esta ciudad de silencio perenne, acomodada en el silencio, cómplice del silencio menos cómplice.

Balborraz abajo ví pasar anoche mis sueños, acaso para redimirse en las aguas del Duero, que bajan turbias pero benditas, para empaparse de su olor a río, de su olor a verano, en la certeza de que también los sueños que nos habitan conducen, Balborraz abajo, a la calle de la alegría.



(La foto: Balborraz, martes noche, bajo el plomo de agosto, ya siempre en mi móvil)

sábado, 24 de julio de 2010

Claudio


Poco han cambiado las cosas, Claudio, en estos once años de ausencia, aunque tu palabra está viva en la piedra, en el surco, en la sonrisa de Clara, en el agua duradera de esta ciudad que te dio la luz, la claridad primera que siempre viene del cielo.

Julio continúa posándose como un puño de acero sobre los tejados y las torres, como aquella mañana capicúa en que atravesamos contigo el puente y el Duero detuvo su cántico bajo nuestros pies como si ahí mismo se acabase el mar. El día del brindis último, que siempre es el penúltimo, en Los Pelambres, con la media azumbre de lo eterno en tu copa y la tierra zamorana envolviéndote en su vientre, junto a la fuente y el ciprés.

Aquí, Claudio, en la tierra, los niños aprenden tu nombre en las escuelas y tu verso abraza al mundo cicatrizando lo infinito de tus ojos.




(p.d. Hace once años, el 22 de julio, moría en Madrid el genial poeta Claudio Rodríguez, a quien tuve el privilegio de conocer y querer desde niña. Lo enterramos con dolor y esperanza, pero su verso sigue vivo, eterno, sin tiempo. Ayer le dediqué ésta en mi periódico. Gracias, Claudio, por tu palabra. Gracias por tu vida).

domingo, 11 de julio de 2010

Las puertas de la alegría

Como quien necesita purificarse he vuelto al sur a bautizarme como si fuese por vez primera en su luz impaciente, en sus encalados insultantes de puro blanco, en los geranios que se abren en sangre sobre las macetas, en el calor que rezuman las piedras cuando cae la noche y el aire se perfuma de deseo.

Necesitaba el sabor salado de las aguas, la humedad en los poros, el beso de los vientos, las puestas de sol que hieren de naranja y oro, las madrugadas como promesas hacia la claridad que no cesa, que no se detiene. Y ahora, aquí, en este tren de alta velocidad que devora kilómetros más deprisa que mis palabras, este tren que se detiene en Córdoba para surcar sin permiso el vientre de la novia de los califas,cierro los ojos y desando los pasos hasta la arena y la roca, hasta el beso y la sábana, hasta el pasado que se desdibuja sobre la cúpula amarilla que domina el Campo del Sur, hacia el misterio que se conjuga en tus labios desconocidos, en el precipicio del abrazo, en el código de barras de tus dedos.

Y pienso, y te pienso, y te nombro en voz baja. Y no miro hacia atrás porque el futuro nunca se asoma a los balcones de lo ya vivido; porque la vida no camina jamás sobre los pasos que ya imprimieron huella en el corazón y en el vientre. Y regreso del milagro encendida en luz, ignorando que en mis carnes hubo una vez una herida, y abro las puertas, de par en par, a la alegría.

(Escrito tan deprisa como este tren entre Málaga, Córdoba y Madrid, una mañana de domingo en que el sol todo lo devora)

lunes, 21 de junio de 2010

Yo te abrazo, Señor



Yo, Señor, siempre te desenclavo de la madera, siempre te arranco la Cruz, y te llevo vivo, conmigo.

(Y en esta ocasión, también te abrazo, Señor, en desagravio)

miércoles, 9 de junio de 2010

Se hizo inmensa ante mis ojos


Los libros hablan, son la lengua eterna que conjuga los tiempos del mundo. Zamora lee en renglones torcidos la historia del olvido, del silencio cómplice de los mansos que se pliegan ante el poder, que humillan la espalda como los bueyes bajo el yugo.

Algún día, el libro de la Historia hablará de la gesta, de la tarde en que el pueblo zamorano se unió para cantar con su lengua llana las verdades del barquero, que no era el de Olivares, ni el Caronte de los clásicos, si a la otra orilla estaba la vida. Para recitar el futuro como un verso florecido en mayo a las puertas de un viejo cuartel.

Los libros hablan en la ciudad que permanece callada, sabedora de que cuando los ciudadanos conjugan el mismo verbo no hay silencio que pese más que la razón de los que reivindican desde la justicia, la paz y la palabra.

Zamora hizo de su viejo cuartel el libro abierto a la vida y todos los que estuvimos allí escribimos, a golpes de corazón, la página más bonita de cuantas ha vivido la ciudad eternamente cercada, enmudecida en la piedra.


(Hace veinte años, Zamora se despertó de su ensoñación peremne, alzó la voz y tomó un cuartel para convertirlo en universidad. Miles y miles de personas se unieron, haciendo verdad el milagro de la convivencia, la reivindicación en paz, el civismo y la tolerancia. Un día de estos os subo la verdadera historia de esta ciudad, la mía, el día que se hizo inmensa ante mis ojos)

viernes, 28 de mayo de 2010

Y te sigo queriendo


Dicen que cuando se quiere tan de verdad aquello que no se tiene, sólo pronunciarlo duele. Y por mucho que intente nombrarte menos, mi Cái, sigo cerrando los ojos y escuchando las olas quebrando mi silencio. Sigo aspirando tus noches de verano, la humedad de febrero, tu cielo rompiéndose de azul y pureza, el soplo cálido del levante.

Y me sigues doliendo. Y te sigo queriendo. Y te sigo nombrando. Y sigo escribiendo por las noches para pronunciarte en voz bajita con una sonrisa en los labios.

(La foto es de Manué)

viernes, 16 de abril de 2010

Versión 4.1

Lo dice mi hermano, y será verdad, aunque quizá él no lo piensa cuando se refiere a la versión 4.1 que hoy estreno, justo cuando se cumplen 41 años desde que mi madre me pusiera en el mundo.

Los años son como versiones actualizadas de uno mismo. Afronto mi paseo por los cuarenta más uno intentando saber dónde está la mejora de los últimos doce meses, sopesando si es verdad que el dolor nos hace más fuertes, que el tiempo nos curte la piel y las tripas, que la experiencia nos protege incluso de nosotros mismos. Y sigo admirándome con las cosas, y sigo emocionándome con la vida, y sigo escribiendo de noche.

Que la edad nunca nos impida nada. Ni siquiera crecer.

lunes, 29 de marzo de 2010

Buscadme aquí




Una niña de tres años mira a la cámara. Abrigo negro, capota negra, guantes blancos, medalla con cinta verde al cuello. Es su primera procesión, de la mano de su prima. Es el primer paso cofrade en una larga vida cofrade. Mañana de Jueves Santo, junto a las piedras del Seminario, en la plaza de San Andrés.

Han pasado treinta y siete años desde que Trabanca el viejo nos hiciese esta foto a mi prima Carmen y a mi. Pero hoy las calles de Zamora se han vuelto a llenar de niños con sus palmas. Niños que han traído la primavera en sus ropas de estreno, en sus zapatitos brillantes, en los nervios de cada Domingo de Ramos.

En los próximos días echaré mano de esa niña que miraba a la cámara para poder mirar con los mismos ojos, para reconocer a la Zamora donde viene a morir y a resucitar un Cristo sin Cruz cada año.

El que quiera acompañarme, que me busque aquí.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Grillos


(Para Juanma, que los hace cantar todas las noches)

I.

Hay un ejército de grillos sobre mi mesilla, un coro de grillos sobrevolando mis sueños que canta junto a mi almohada con voz breve, de nieve, sin que les duela la garganta, acariciando mi pelo, ya dormido, con los dedos húmedos del aire.

Hay un coro de grillos de canciones tardías que nunca llegan tarde, grillos que beben del dolor en la fuente eterna, en el nombre del amigo muerto, en la verdad bajo las flores como un río ardiendo, como el ritmo ardiendo de un grillo ido, un grillo que sabe la forma de tus ojos. Quemando, como la primavera pulsando las cortezas, dejando atrás las aguas amarillas del otoño, el beso con sabor a manzana sobre tus labios olvidados.

II.

Hay un coro de grillos azules, verdes y blancos, memoria de los colores, de las heridas que cantan sobre el agua, que nunca es oscura. Acaso es tu voz, que me quiebra y me precede. Acaso son tu voz los grillos, abriéndose en la luz que a otra luz lleve, diciendo también el aire, mirando la nieve sin brechas en los ojos. Acaso es tu voz y el canto se hace en ella. Tu voz en la lluvia cuando todo es invierno; tu voz azul impuro donde duerme la hoja. Tu voz silencio rumoroso, desierto, desconsuelo.

Hay un coro de grillos que bate las alas inmensas sobre la extensión de la herida, el silencio que arde en la raíz del canto, en sus alas transparentes. Los ojos, la noche, la sed que se marcha con los ríos como todo lo que se llevan: el corazón, la lluvia, el peso de las flores. Acaso es tu voz nombrando lo que no es de nadie, sin decir la lluvia, sin que nada advierta tu presencia, el azul manso de la muerte; el beso, el aire sobre tus labios breves.

III.

Hay un coro de grillos dictando tu nombre sin abrasarse las alas, escribiéndolo sobre la tierra, en la luz hermosa, en la humedad del aire. Y su cántico sostiene en la nada lo poco que tenemos, un nombre, tu nombre. Y cosen con hebras de plata tu voz y el frío, lágrimas que siempre regresan azules y duraderas. Y van hollando el camino para que no olvide tu lengua.

Hay un coro de grillos cantando, poniendo nombre a las flores que siempre estuvieron, que siempre están en el ramo que compila esa mano que las toma, y las respira. Acaso es tu voz, la sangre que no has sido, la caída alta y lejana de cada beso. Acaso no es tu canto la forma de su ausencia, el olvido; acaso son tu voz los grillos del camposanto que no escuchan los que perdieron la costumbre de la tierra. No digas por eso la pérdida, este frío sin frío de la nada. No digas el silencio de la llama que dice lo ausente, sin ruido de palabras, sin suelo de amapolas. Acaso eres tú. Acaso es tu voz aprendiendo la música de lo que nunca has sido. Acaso eres tú aprendiendo a cantar cómo mueren las fuentes. Pero dime si la luz es ya otra.

Dime si vuelven tus alas lastimadas a alumbrar la claridad dormida de la sal en la carne. Dime, al menos, si reconocen tus pupilas otra vez el cielo.

IV.

Hay un coro de grillos leves. En la luz, la palabra y el silencio; en la levedad de la inocencia que precede al aliento de las flores. Acaso es tu voz sobre mis párpados, siempre en la sed, desde la lluvia, ligera, y más ligera aún para la muerte. Acaso es tu voz el espejo donde se mira el aire, la levedad, el arco imposible que antes fue frágil; espesor de un silencio que no desciende al nombre del silencio. Acaso tu nombre, acaso los grillos sobre tus labios. Espesor de lo alzado; la levedad, un peso que no sangra. Así tu cántico hondo, la nada soñadora. Así los grillos que azuzan cada noche mi canto.

Hay un ejército de grillos cantando sobre mi mesilla en el papel desgarrado que desvirgaron mis dedos cuando no sabían de su estrofa. Y me gusta escuchar su música porque nunca se me hace tarde, porque nunca llega tarde el canto. Y adivino en tu lengua su métrica, porque ya conoces el aire de otro modo. Acaso es tu voz, que guarda las canciones de mis ojos. Acaso es tu voz salvando el dolor, aunque sea de noche.

Yo, querido Juanma, escucho los grillos e intento cantar con ellos. Cantar contigo.

Y me da miedo escucharlos por si un día echo de menos su cántico.


(p.d. Esta entrada versa sobre el libro 'Grillos' del poeta Juan Manuel Rodríguez Tobal. A él le debemos la belleza de las palabras, el cántico de estos grillos)

(p.d.2 La foto la robé de internet y no recuerdo dónde ni a quien. Es nuestro Duero amaneciendo. Si alguno sabéis la autoría, decídmelo para indicarlo. Seguro que a esa hora cantaban los grillos.)

sábado, 13 de marzo de 2010

Eres eterno, Miguel Delibes


No creo en las naciones más allá del útero de mi madre, ni en las divisiones territoriales que sobrepasan las huellas que marcan mis pies, memoria de mis pasos, apenas nada. Pero si Castilla tiene una bandera ondeando sobre el cereal y el adobe, sobre la piedra y la lluvia, es la palabra de Miguel Delibes.

Cielos azules, vides y palomares. Tormentas de verano, sol de agua. El silencio y las espigas. La mansedumbre de los bueyes, las pulgas de los perros. Los cipreses de los cementerios y más allá los montes y las aguas. Las beatas y los lutos, los rosarios de corrido, los nombres desdentados, los misterios a media voz, el incienso rancio de las iglesias. La sonrisa de los niños. La ternura de todos los Azarías del mundo. Adiós, milana bonita. Adiós.

El canto llano de cada pueblo, las manos agrietadas, las gargantas embrutecidas por el vino, los orines contra las tapias, las pieles curtidas de inviernos al raso. La semilla fecundada en el campo; el sudor de los jornaleros, santos inocentes del yugo y el arado; las cosechas, las flores y los frutos. El lenguaje oculto de los cercados, el rebufo cálido de los establos, el mediodía de las torres preñadas de cigüeñas. Y el pan; el pan recién horneado, rubio y rugoso, esponjado; la burda lana de los paños otoñales, el viento silbando junto a las ventanas, la niebla cerrada contra el alba. Los secarrales de agosto, plomo y castigo. El verso contenido de Castilla latiendo, reventando, hiriendo.

Mientras los políticos se empeñaban en explicarnos Castilla, en invertarse Castilla, Delibes abrió con su prosa mágica las puertas, destripó su alma, descifró su lengua escribiendo en la tinta ocre del surco, terruño y mortaja, velorio de cinco horas, Lola Herrera en pie sobre una silla y un ratón espontáneo sobre las viejas tablas del Ramos Carrión, Mario en su ataud, impasible. Mario muerto.

Miserias de los pobrecicos, dehesas de terratenientes, encinas, rapaces en vuelo, pólvora en los bolsillos, metralla de siglos en las carnes, sequía de siglos en los vientres. Castilla nunca fue tan extensa como su mirada. Castilla siempre cupo en la palma de su mano.

Castilla eterna, inmensa en tu palabra bella y descarnada.

Eres eterno, Miguel Delibes.

lunes, 1 de marzo de 2010

Don de ebriedad (Perrier y limón)


Si no beben licor alguno mis labios, si el alcohol pasa de largo por mi sangre. Si los hielos danzan entre el gas y la nada, si es sólo de agua la claridad desmembrada en temporales que viene del cielo..... ¿cómo es posible que regrese borracha de alegría cada vez que os tengo cerca?

(Gracias, santísima trinidad de las no copas en el Aureto)

(La foto la robé hace tiempo de internet y desconozco su autor. Si algún fabricante lo sabe, que me lo diga para enlazarlo por esta joya)

martes, 16 de febrero de 2010

La Caja de Pandora

Hoy, por fin, he abierto la Caja de Pandora, desgranada en un puñado de cajas que dormían apiladas en una de las bodegas del caserón. Casi dos años después me he dado cuenta de que echaba de menos algún libro, alguna copla, un par de cedés de clásica, algún retazo de mi vida en foto y agendas incompletas que nunca más he de rellenar.

Hoy he abierto las cajas en las que comprimí mi penúltima vida. No lo hice antes por miedo, por agotamiento, por debilidad extrema, por un rechazo frontal al dolor que producen los recuerdos, como si el poso de mi vida pasada estuviese en esas cajas y no fuera, machacándome las sienes noche tras noche hasta que conciliaba el sueño.

Y ahora que las he abierto sé que, aunque aún me tiemble el cuerpo, he dado un paso adelante, como si en el interior de esas cajas se escondiese la luz, sin yo saberlo.

En mis cajas de Pandora está escrito el camino hacia la libertad de mí misma, la sonrisa sobre mis propias sombras. Y hoy, por fin, las he abierto.

martes, 2 de febrero de 2010

Dos de febrero


Hace treinta y nueve años. Yo no me acuerdo, porque apenas tenía un año y nueve meses. Dice mamá que hacía un día como hoy, soleado y con el cielo azul rabioso, cuando abriste los ojos a la vida. Esos ojos donde siempre encuentro complicidad y ternura, esos ojos que nos recuerdan que somos hermanos de sangre y de muchas más cosas.

Anoche rebusqué en los viejos álbumes de fotos para tomar prestado algún retazo de nuestra vida y traerlo a la fábrica. Como eras el tercero, te llevaste la peor parte, pillaste la cámara perezosa. Un bebé envuelto en una toquilla blanca en brazos de su madre flanqueado por sus dos hermanos que lo contemplan acostumbrándose a su carita. Tres niños rubios que miran a la cámara en la playa de Sanabria, Rocas Negras al fondo. El más pequeño, un tirillas en bañador, siempre acurrucado en el regazo materno, siempre sonriendo, iluminando los paisajes de la infancia, aquellos veranos maravillosos a orillas del lago, los otoños en El Castillo, los inviernos cogiendo musgo para el Nacimiento en Valorio, los cumpleaños de febrero, abril y junio. Sonriendo con esa sonrisa que me insufla alegría cuando falta mi sonrisa. Esa sonrisa que nos recuerda que somos hermanos.

Hace treinta y nueve años y yo no me acuerdo, aunque dice mamá que era un día como hoy. Y anoche, mientras pensaba palabras que regalarte y optaba por repetir esta foto en la que estamos tan feos (y medio 'chupados' o 'chupados' y medio) pero que tantas cosas me dice, releí las palabras que te regalé hace un año mientras pensaba que hoy escribiría las mismas, letra por letra, punto por punto, y así hasta el último de mis días. Y volví a emocionarme en esta mañana de febrero, dos de febrero, con sol y cielo azul, en que sigo agradeciéndole a la vida el regalo de tu presencia, tu luz, la infinita claridad de tu sonrisa.

Gracias, querido hermano mío, por tus treinta y nueve años a mi lado.

(Y ahora, a preparar la versión 4.0, que no es tan mala)

lunes, 25 de enero de 2010

A cadena perpetua


Un año y un día. Hoy hace un año y un día que su hija salió de casa y no volvió. Iba a ver al Cristo de las Tres Caídas y en el camino, sin saberlo, hizo suya la Cruz, ascendiendo a un Gólgota erigido en el aire, nazarena de enero rumbo a la muerte.

Hace un año y un día la rutina se convirtió en mortaja; la duda en presencia; el dolor en la sábana de todas sus noches. Entonces, las aguas del río Guadalquivir amordazaron sus esperanzas y la basura revuelta de un vertedero encadenó su voluntad a la tierra, para no mirar más el cielo, para no tejer más amaneceres en paz.

Hace un año y un día la familia de Marta del Castillo fue condenada a cadena perpetua por un asesino sin estrenar los veinte años, como antes lo fue la de la niña Mariluz, como antes lo fue la de la pobrecita Sandra Palo, como antes lo fueron todas aquellas que han perdido a sus hijos con el corazón hecho jirones y las tripas revueltas de rabia.

Unas murieron en el filo de los celos que entraña el amor podrido. Otras, por la mano enferma de una mente enferma; otras por el simple hecho de estar en el sitio equivocado. Unas murieron a manos de menores como ellas, de jóvenes que aprendieron el código de la violencia y de la sangre sobre el folio en blanco de una víctima inocente.

Hoy hace un año y un día que su niña no volvió a casa, arrasando como un tsunami la vida. Y mientras este país no sepa qué hacer, cómo resolver el abismo penal que devuelve a la calle a los asesinos de sus hijas, la familia de Marta y de todas las Martas con distintos nombres viven condenados a la cadena perpetua de la impotencia.


(La imagen es de Sevilladiario.com)

jueves, 21 de enero de 2010

Cuna de la alegría


Existe una ciudad que espera la madrugada cantando, que cantando espanta sus penas para ser cuna de la alegría, tacita de plata donde beben los dioses más profanos. Una ciudad que se deja acariciar el vientre por los vientos, amasando su métrica caprichosa con la luna de febrero en las noches húmedas de relente y borrachera, la iglesia de La Palma al fondo, la piedra ostionera desgastada, abrigada en la sábana de la libertad y el verso.

Por la boca de Juan Carlos, el poeta maldito que bendijeron los dioses, aprendí a amarla como se ama cuando no se ha amado nunca; a descifrar sus losas y los pies descalzos de los niños, la vida que se esconde tras los muros y más adentro, los recovecos del aire por las esquinas, el azote del levante en la playa, el milagro del sol sobre el agua. Y fueron las manos atadas de unos condenados las que me ataron el corazón a sus coplas, y fueron unas alas negras las que levantaron mi alma para sobrevolar por sus entresijos como una lengua llena de deseo. Y fueron unos parias los que me tejieron la manta y la azotea; unos indios apátridas los que me dictaron que aquella tierra era también mía y unos inmortales sedientos de sangre y poesía los que me insuflaron sangre atlántica para que nunca se me olvidase el sonido de las aguas cuando rompen en la arena, noche tras noche, acunadas en el deje antiguo de un Carnaval desde la otra orilla.

Existe una ciudad que se despereza cantando cada día, que vive dormida, que sueña despierta, que me ata con cadenas invisibles, que dispara gargantas cada noche al abrigo de unos ladrillos colorados que son como un templo cuando Cádiz amanece cantando, cuando se pone en pie contra el alba.

Y ahora, aquí, tan lejos, cierro los ojos, aprieto los puños y huelo el mar, que sólo huele así en las noches de regreso, y recito su vaivén como un padrenuestro sin guión y canto con ella en voz baja, desgastándome en cada latido de pura ausencia, mientras la madrugada me sorprende con el estómago en un puño, los ojos cosidos a mi ordenador, la sonrisa encendida y la emoción destilada en agua y sal. Es entonces cuando sólo quiero ser agua y sal para volver a abrazarla, para esperar cantando junto a ella a que llegue el día.

(Y mientras pido perdón porque no recuerdo de dónde mangué la foto, me grabo en las tripas estas Noches de Bohemia y escribo y escribo, quizá porque a Juan Carlos Aragón nunca le dí las gracias por tanta pasión, por tanta música, por tanta lucha, por tanta belleza)

jueves, 14 de enero de 2010

A la tierra se le abrieron las carnes


A la tierra se le abrieron las carnes en Haití. Harta de miseria, de niños sin esperanza, de jornaleros convertidos poco menos que en esclavos, de pobreza y olvido, la Madre Naturaleza asestó el puñetazo definitivo en la mesa, la puñalada en los ojos, para que volviésemos la mirada a esa isla hoy reducida a polvo y escombros, a terror y desesperanza.

Hoy conjugamos su nombre en miles de muertos, jugamos a la solidaridad para lavar las conciencias allá donde siempre llueve sobre mojado. Polvo sobre polvo, dolor y más dolor. Mientras, Haití llora y se desangra, cabalga sobre la muerte y el cielo raso y reclama, desde los cascotes de su tierra herida, la dignidad y la esperanza.

Para que nunca se le abran las carnes por la inmundicia de su día a día. Para coser las heridas. Para aligerar el peso de cien mil almas dejadas de la mano del hombre, si no de Dios.

(La imagen es de aquí)

miércoles, 13 de enero de 2010

13 de enero



...Y el mar borrará nuestros nombres, como si nunca los hubiese pronunciado.