sábado, 21 de agosto de 2010

Abrazarte, beberte, devorarte


Quiero abrazarte con los ojos, limpiarte el salitre con las retinas, empaparme de tu piedra porosa, de tus callejuelas estrechas donde corren los vientos como niños jugando al fútbol.

Quiero escuchar las voces atlánticas paridas a golpe de compás y latido en Santa María, el rumor de pasos y oraciones a los pies del Greñúo cada viernes, cuando te postras en espera del milagro.

Quiero beberme el sol naranja cerrando el día en La Caleta, tu Campo del Sur bañado en colorines y cúpula, tus empedrados rezumando verano al mediodía, tu cielo inmenso cubriendo como una lona en azul el mar.

Quiero devorar estrellas en La Viña, esperar febrero en La Palma, tatuarme en el alma las sonrisas de los que amo, romperme la garganta soñando Carnavales, amansando la arena dorada con la caricia de mis pies.

Quiero, necesito abrazarte entera, para que no se me olvide tu pulso y tu cántico, tus veranos encendidos, tus inviernos plomos, el olor de las algas en la madrugada, para dictarte una vez más mi nombre como quien recita una promesa, un acto de fe; para que siempre me abras los brazos, como un Cristo sin Cruz, como una gaviota de blancas alas, como la mujer apostada en la puerta del que llega cansado a casa.

Mañana, a estas horas, mi Cái, viviré en tu abrazo.


(La foto es de Manué, que abraza con los ojos la Tacita como nadie)

miércoles, 18 de agosto de 2010

Palosanto y oro





Me han contado que en el cielo no cabía ni una estrella más. Que la noche se posó suavemente sobre el albero, como cuando bajan las golondrinas las tardes en que Morante deslumbra al mundo con su capote. Que la emoción de los tendidos sólo era comparable a cuando sale el Cristo Jesús del Prendimiento por el barrio de Santiago, el más gitano, el más flamenco, cuando llegan los dias de Pasión. Que se barruntaba la locura, como cuando Rafaé pisaba el albero en majestad, mágico, misterioso, y se abría de capote para mecer al toro por bulerías, a compás, acariciando.

Me han contado, o lo he soñado, que en Jerez, tierra adentro, el mar se adivinaba como si fuese la tierra misma, besando las orillas de las barricas y los vinos dorados, lamiendo las heridas de todos los tiempos; que soplaban en silencio aires de levante y de poniente, que las olas atlánticas empaparon de sal las almas hasta los tuétanos y más allá, entre dos aguas siempre; que la brisa se trajo desde la Isla el susurro de Camarón por los aires; que las palabras dejaron de ser palabras y la música fue el verbo, el principio y el fin, los cantes antiguos, los cantes nuevos, los acordes, los arpegios no inventados, uñas arañando, rasgando las tripas dibujando el punteado, el latido, la noche en lo alto, el infinito, la nada.

Paco de Lucía, palosanto y oro, bordón en azabache,toreaba al mundo sostenido en seis cuerdas, convocaba al milagro sobre el ruedo jerezano, agosto quebrándose por la cintura, asomado, vencido, desparramado en el albero como la sangre que llama a la sangre, como los aceros a la muerte, como un verso, como un prodigio. Me han contado que en cielo no cabía una estrella, lleno de no hay billetes, puerta grande, gloria, eternidad.


(La foto es de www.jerezjondo.com)

jueves, 12 de agosto de 2010

Balborraz abajo



Los días y las noches de la ciudad conducen, Balborraz abajo, hacia el Duero, la calle del agua, la calle bravía que se revuelve a los pies del puente, que se bebe la muralla que nos cerca y la disuelve como si fuera piedra soluble que desayunar todas las mañanas.

Los días y las noches marcan perezosos el silencio, la garganta rota de una ciudad que suena a silencio, que vomita silencio, como si la misma pereza ordenase callar en agosto, por decreto, bajo la canícula y la promesa de nuevos soles, mientras resucitan por las calles los fantasmas, las leyendas medievales, la música, la escultura, el verano erigido Balborraz abajo como un tributo a la gente que se atreve a expresarse en esta ciudad de silencio perenne, acomodada en el silencio, cómplice del silencio menos cómplice.

Balborraz abajo ví pasar anoche mis sueños, acaso para redimirse en las aguas del Duero, que bajan turbias pero benditas, para empaparse de su olor a río, de su olor a verano, en la certeza de que también los sueños que nos habitan conducen, Balborraz abajo, a la calle de la alegría.



(La foto: Balborraz, martes noche, bajo el plomo de agosto, ya siempre en mi móvil)