viernes, 12 de noviembre de 2010

Mandarinas


Cuando estábamos juntos, noviembre olía a mandarinas. Y los besos sabían a mandarinas. Y las caricias eran de mandarina.

Noviembre este año viene frío y cada vez percibo con menos nitidez el mar, varada en la piedra como una sirena de tierra adentro que no sabe a qué mundo pertenece. Echo de menos el mar y no lo escucho, por mucho que abra mis oídos. Por mucho que cierre los ojos. Por mucho que apriete los puños. Por mucho que desee escucharlo yendo y viniendo, como una cantinela que no cesa.

Noviembre viene con nieblas que silencian los sonidos, desdibujan los nombres, empapan la memoria. Noviembre viene con crisantemos y difuntos, con la humedad en las calles, con el vacío en el estómago y el hambre en el corazón. En noviembre siempre te echo de menos.

Pero hoy he visto mandarinas en casa y te he recordado con una sonrisa. Y por un instante escuché el mar. Y el aire me supo a mandarina sobre los labios. Y el aire me acarició con el tacto de lo perdido, de lo que ya no existe.

(La imagen, preciosa, la robé de aquí)