miércoles, 15 de diciembre de 2010

Ochenta centímetros

Tú me has enseñado que noviembre es el mes que da y quita a partes iguales; que la vida se resarce con creces de todo aquello que te robó a traición; la pena inmensa, el pasado sin tiempo, la inmensa esperanza, la dulzura de tu nombre con tilde, todo o nada, la apuesta por lo que tenga que venir. Tú me has enseñado que hay mañanas en que el sol brilla detrás de la niebla, imponiéndose, rebelándose, aunque mis tacones resuenen húmedos sobre los empedrados húmedos y las fachadas rezumen agua de invierno anticipado que resuena a verano en mi estómago.

Tú me has enseñado que el rastro de los besos antiguos en mi boca se pierde en la oscuridad cereza de un vino díscolo, que existen besos nuevos que redactar sobre la sábana recién estrenada, en la almohada compartida, en el compás de los latidos, en la música callada que destilan tus ojos cuando me miras, en la felicidad que casi duele cuando golpea mis carnes con sus nudillos de vértigo.

Tú me has enseñado que un puñado de días compensan una vida o un puñado de vidas si las desgasto contigo. Que la ternura también tiene nombre de noviembre; que noviembre también acuña en su nostalgia de difuntos y nueces el amor y la primavera, las flores y las promesas; que las patas de gallo son el justo tributo de un tiempo de heridas que nos hace más fuertes, más hermosos, más sabios.

Tú me has enseñado que existe un paraíso de ochenta centímetros de anchura donde cabe la inmensidad de tu abrazo, la resurrección de la sonrisa, la calma que precede a la guerra, la paz que escampa sobre todas las batallas.


Gracias siempre por abrir en esta fábrica de sueños una ventana con vistas a la alegría.

1 comentario:

estrella de mar dijo...

Noviembre no tiene puntos intermedios: a veces es terrible, otras maravilloso.

Como los vinos, supongo que depende de la añada.

Es bonito tenerte de vuelta.

Un abrazo!