lunes, 24 de diciembre de 2012

Creo en Ti



Creo en Ti. Así, desnudo, tan pobre, tan pequeño. Creo en Ti y por eso te espero cada año, cada día. Pobre, al lado de los pobres. Desnudo, al lado de los desnudos. Pequeño, al lado de los pequeños.

Creo en Ti, porque sé que eres el mismo Jesús del madero y también el que anduvo en la mar. Porque sólo Tú salvas esta vida tan difícil de descifrar.

Creo en Ti porque no entendería mi mundo sin tu presencia sobre todas las cosas. Porque Tú me haces fuerte cuando necesito fuerzas. Porque me sostienes cuando no puedo levantarme. Porque caminas a mi lado y pones luz en mi camino, porque te siento cerca.

Y así quiero que sea siempre. Tan cerca. Tan dentro. Tan conmigo.

Y así te espero, y te aguardo en mi alma, porque ya llegas, porque eres la sonrisa de Dios en la tierra, tan pobre, tan desnudo sobre el heno, sin sábana. Y te reconozco y te sonrío.

Bienvenido al mundo, Dios Niño.

viernes, 21 de diciembre de 2012

El fin del mundo


A veces, cuando vivíamos juntos, te contemplaba dormido y me preguntaba (paranoias del amor) si tendría la suerte de morirme contigo. Y pedía irme yo antes, porque no soportaba la idea de que tú te acabases, prolongarte en mi vida a base de memoria y recuerdos. Que querría tenerte enfrente, que fueras lo último que viese antes de irme del todo. O morirme en tu abrazo, donde nunca podría pasarme nada.

Otras veces pensaba que el fin del mundo sería el día que me faltase verme reflejada en tus ojos, cuando sólo destilaban amor. Que mi vida podría terminarse en el mismo momento en que dejase de tenerte, de sentirte, de amarte con los cinco sentidos. Que no habría nada después de ti.

Hoy es 21 de diciembre de 2012. He sobrevivido a tu ausencia y a la vieja profecía. Sé que el mundo, mi mundo al menos, sigue girando en perfecto orden aunque tú ya no estés en él. Y me siento más fuerte, más libre.Con tantos kilómetros por devorar, tantos nuevos nombres que disfrutar, que compartir.

Y seguiré sonriéndole a la vida hasta mi último día, cuando sólo sea un soplo de aire que se pose sobre todo aquello donde he sido tan feliz, donde tanta alegría me aguarda, tanta vida por vivir.

(...y en ese instante cerraré los ojos y contemplaré por vez última la ciudad románica erigida en la piedra, mi cuna y mi sábana, y mi Cádiz llena de luz, que siempre me espera. Y seré eterna)




(La imagen, preciosa, es un atardecer en la playa de la Caleta, de Manuel Sánchez Quijano, mi amigo Manué)

jueves, 20 de diciembre de 2012

Bienvenido, pequeño Martín



La vida siempre se impone, siempre se abre paso, aunque a veces parezca que el mundo se detiene, que el corazón late por pura inercia. Pero entonces viene una alegría nueva, una alegría con nombre, Martín, tan pequeñito, tan tierno, tan rotundo anunciando la vida con sus pequeños pulmones. Martín, que anoche asomaba sus orejitas al mundo para recordarnos que esta bola donde vivimos nunca se detiene, siempre sigue girando perdida en el universo, entre las estrellas.

Lo entenderás algún día, pequeño Martín, si alguien intenta exprimirte el corazón como si fuese un limón, o si alguien intenta robarte la alegría. Pero tú no lo permitas. Te lo explicará, quizá, la propia vida, aunque nada sepas ni debas saber ahora, que duermes ajeno al revuelo que has preparado con tu llegada, a la inmensa felicidad de tenerte, de verte por fin la carita y saberte, sentirte.

Te queríamos cuando eras un garbancito creciendo en el vientre de Amparo. Te esperábamos, aunque no tan pronto, para mecer la vida entre nuestros brazos, para abrazarla, para sonreir con tu primera sonrisa, para celebrar las mil cosas pequeñas que olvidamos celebrar por el camino. Porque tú eres la vida, la prolongación de tantas cosas, tantas vivencias con tus padres; de tantos días y tantas noches aquí, en esta ciudad que se alza sobre la piedra, la que te teje la sábana; y allá, donde tantos recuerdos dejamos al pie del mar, cuando mi vida se redactaba entre la sal y el viento de levante.

Bienvenido al mundo, pequeño Martín. Y a vosotros, Amparo y Lucas, gracias por este impagable regalo de  vida. Que siempre se abre paso, que siempre se impone.

martes, 18 de diciembre de 2012

Esperanza


Tu nombre, Esperanza, es la palabra más bonita del mundo. No me faltes nunca. Nunca.


(La foto está tomada de la web de la Cofradía de la Virgen de la Esperanza de Zamora)

Amigas


Te quiero porque siempre te siento cerca. Por tu manera franca de decir las cosas, las que me gustan y las que no me gustan. Por la enorme fuerza que emana tu presencia pequeña cuando mis fuerzas flaquean y me sostienes sin apenas decir, simplemente estando.

Te quiero porque he hecho travesías del desierto contigo sin que la arena se nos pegase a los pies. Porque te he echado de menos cuando he paseado por el infierno guardándome que me quemaba por dentro. Porque prefiero seguir sumando. Porque no necesito explicarte si sabes leer mi alma entre líneas, si sabes la medida de las tiritas que cicatrizan mi alma.

Te quiero porque contigo entiendo la grandeza de la palabra 'amigas', ese tesoro que a veces puse en manos de quien no lo merecía. Porque me emociono sabiéndote, igual que me emociono ahora que te escribo, que intento ordenar estas palabras que casi siempre tengo a mano, a golpe de latidos, tan desde dentro.

Te quiero por tus silencios cuando necesito silencio. Por tus palabras cuando necesito palabras. Por tu forma de decir 'aquí estoy' sin decir. Por hacerme más ligero el peso del dolor en tiempos de dolor. Por regalarme tanta alegría en tiempos de alegría. Por la paz que siempre encuentro cuando vacío mi alma en tus manos y la engrandeces con tu lealtad sin fisuras, con esa manera tan limpia, tan pura de hacer las cosas, tan sin escondrijos, tan sin mentira. Porque eres, porque estás.

Te quiero, sobre todo, porque no entendería mi vida sin el paisaje de tu mirada, sin esa luz que a veces ilumina mis pasos cuando no sé muy bien a dónde ir; sin la generosidad de tu sonrisa, sin tu presencia en tantas cosas, en tantos momentos, en la práctica totalidad de lo que llevo a las espaldas, lo bueno y lo malo, que pesa menos en tu abrazo, caminando contigo.

Feliz cumpleaños, Marigel. Amiga mía. Que sigamos compartiendo, celebrando, viviendo.

Hoy, siempre, brindo contigo.



(Para Marigel, que vino al mundo en el Día de la Esperanza, un 18 de diciembre como hoy. Por tanto. Por todo)
(La foto la hizo mi hermano Rafael, celebrando con nosotras)

lunes, 10 de diciembre de 2012

Estadio Azteca



Casi como una nana, mecida en tu abrazo. Agarrándote, dándote mi vida. Los ojos cerrados, tu corazón latiendo junto a mi mejilla. El refugio de tu cuello, aquellos ojos oscuros donde siempre brillaba el sol contra la madrugada. Tu voz grave acariciando mi alma, cálida como una manta sobre el invierno. Sobre todos los inviernos. Una canción susurrada al oído que ahora le dicta esta soledad mía al viento.

Hubiese jugado contigo todos los partidos de mi vida en el Estadio Azteca.

martes, 4 de diciembre de 2012

Cantamos, Guti. Cantamos.


Podría ser esta una carta de amor de esas que pides en la radio, que sería de siete palabras, no más, no las últimas de Cristo, para que supieras que es la mía: 'Cásate con yo, y vivimos en palacio'. Pero hace siglos que el amor se nos quedó pequeño, que vivimos en un palacio de muros tan invisibles como sólidos, edificado sobre tantas cosas, tanta gente nuestra, tanta alegría, tantas lágrimas, tanto de todo; en la felicidad de sabernos, de estar siempre ahí, de abrazarnos, de ser contigo. Guti. Mi hermano. Mi amigo.

Llegó diciembre, este diciembre tan distinto, tan desnudo de tantas cosas. Y vino cantando. O rezando, si es lo mismo.Y trajiste la alegría hasta nuestras puertas, y aún tan quebrado nos abrigaste por dentro. La alegría de celebrar con vino, de brindar al cielo donde siempre brilla una estrella para nosotros, tan cierta, tan amorosa. La alegría de resucitar tu alegría, de sentirte tan de todos, tan mágico.

Te conocí y te reconocí en cada segundo, en cada instante, desde que comienzan a desenmarañarse los cordeles blancos que trenzan mil canciones hasta que se apagan las luces y el cántico y las sombras cesan y son la memoria de tu nuevo prodigio. Tanto trabajo, tanto empeño, tanto talento. En el aire, el poso de tu mano, la magia de todo lo que tocas. En la emoción del instante, las nanas meciendo cunas de sueños eternos y flores; los cantos de arar y espadar; las cintas de seda que ondearán sobre nuevos febreros; el ramito de laurel; ese número nueve, esa calle arribita; las seguiriyas que siempre van por el aire; el fandango alosnero, las alegrías de mi Rinconcito, donde habita para siempre la mitad sur de mi corazón. La dulzura del amor, el suave susurro de la madre, el eco desgarrado de las ausencias, la solemnidad del rezo a la luz de un farol de pajar, las voces de los mozos de ronda bajo los balcones.

El cántico, el rezo, por los cuatro puntos cardinales que nos dibujan, que nos vertebran de norte a sur, de este a oeste. La riqueza de nuestras lenguas, el verso universal de la música, sin esas fronteras ni esos complejos que sólo dibujan sobre el mapa los hombres. Y tus latidos, las sonajas de tu alma esparciéndose, siempre tan generoso. Cantamos. Rezamos. Contigo.

Y tú ahí, fuerte, en pie, a pesar de los vientos que agitan el árbol de lo cotidiano, creciendo en el escenario, tras las bambalinas, inmenso, con el alma puesta en cada voz, en cada gesto, ofreciéndote entero ante tantos corazones desnudos, tantos brazos en cruz esperando abrazarte, besarte, cantar, rezar contigo.

Caminar contigo, siempre cerca, siempre juntos. Con tus matinales besos y tus cuentos, tu sonrisa inabarcable y esa voz que siempre cura las heridas de mi alma; con los charros que algún día bailaremos en la mochila y los secretos que nos guarda Valorio, y la orilla del Duero, y el camino a La Hiniesta, y las aguas oscuras de Sanabria, y tantos días y tantas noches, tanta vida contigo. Todo el amor que nos ata hasta el fin de los días. Mi amigo. Mi hermano.

Cantamos, Guti. Cantamos. Y rezamos, que es lo mismo.

(Te quiero)


(La foto, maravillosa, es de Jesús Arranz)

jueves, 22 de noviembre de 2012

Vestida de azul y de verano

(Para Fina, que acaba de cruzar al otro lado de la vida)



La última vez que nos vimos estabas sentada en una terraza con un vestido azulón, azul rabioso, como tus ganas de vivir, como la energía con la que has luchado todos estos años contra ese puto cáncer que a cualquiera lo hubiese tumbado y a ti sólo te dejaba fuera de circulación un tiempo para volverte a poner en pie y seguir caminando.

Tan pequeñita, tan mermada ya, pero con una sonrisa tan inmensa que me caló hasta los tuétanos y me alegró el día. Y te abracé. Y te lo dije en voz baja, tan emocionada, que había días en que merecía la pena levantarse sólo por verte así, en la calle, plantándole cara a la enfermedad, sonriendo, tan valiente.

Así te recordaré siempre: desde la emoción, desde la alegría, por encima del dolor. Infatigable, inquebrantable, vestida de azul rabioso y de verano, sonriéndome, abrazándome, celebrando la vida, tu vida, tus pequeñas victorias después de cada ingreso, de cada tratamiento, de cada prueba.

Gracias por tu lucha, por tu ejemplo, por tus tremendas ganas de vivir, por la esperanza que has insuflado en cada uno de nosotros. Gracias por tu alegría, por tu valentía, por tu dignidad, por la inmensa lección de vida que nos dejas escrita en el viento.

Descansa al fin, cariño.



(Amiga y compañera de mi madre, se nos acaba de morir una mujer increíble, después de varios años de lucha sin tregua contra el cáncer. Agradezco a la vida el privilegio de haber podido conocer tan de cerca su tremenda valentía, la fuerza de su espíritu, el legado de alegría que nos deja. Te queremos)

(La foto, preciosa, es de Ricardo Martín y de su página 'Zamora en imágenes')

viernes, 16 de noviembre de 2012

Siempre juntos


Cierro los ojos y los veo así. Sonrientes. Juntos. Abrazados. Tan al lado. Así, como una sola cosa. Indivisibles. Noelia y Javier. Javier y Noelia. Mis amigos. Mis confidentes. Tan cerca siempre.

Cierro los ojos y los veo así, haciendo cierto el milagro del amor. Esculpiendo la alegría al otro lado de la cámara, en el día a día, cuando las cosas cobran su significado real y dejamos atrás los sueños. Dignificando el periodismo, haciendo hueco entre plaza y plaza para besarse con los ojos, para seguir sumando, para erigir sobre el aire un paraíso donde sólo caben dos.

Será mañana y yo no podré estar. Tan lejos, tan al lado. Al pie del mar. Quizá esté en el aire, con ellos, como ellos han estado tantas veces conmigo y yo he sentido su presencia acompañando, consolando, celebrando. Y volveré a creer en el amor, aunque mi corazón esté tan hecho pedazos, tan descreído de todo. Y volveré a creer en la emoción de quererse, en la seguridad de dar un paso al frente y poner tu vida en las manos de otro. En la fortaleza de un abrazo. En el invisible escudo de unos labios cuando dicen 'te quiero' y se detiene el mundo y nada puede hacerte daño. Y crecer, y sumar, y vivir.

Estaré a vuestro lado. Y recordaré aquellas primeras llamadas de Noelia, aquellos primeros miedos, esos primeros pasos por el amor que se fueron acortando con la seguridad que da la verdad de la palabra, el calor de los besos, unos ojos sin mentira, la transparencia de quererse sin más. Tantas lágrimas compartidas, tantas risas, tantas cosas que guardan nuestras gargantas y nuestros oídos para siempre.Y la voz de Javier sosteniéndome en momentos de flaqueza, cuando sólo los amigos de verdad dan su dimensión de amigos, te tienden la mano y te ayudan a caminar, sea por el Planeta Toro o sea por la vida, que es el ruedo más difícil de pisar.

Cerraré los ojos y estaré a vuestro lado. Hoy, mañana. Siempre. Y os veré así. Sonrientes. Juntos. Abrazados. Tan al lado. Tan cerca. Una sola cosa. Grandes, fuertes, libres, invencibles.

Así, en pie. Juntos. Acariciando, asintiendo.Y mi corazón me dolerá un poquito menos, y brindaré hasta el amanecer en la copa de la alegría, de la esperanza, de este cariño inmenso que nunca se rebosa.

Os quiero con toda mi alma.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Águeda

Os hablaré de ella. De Águeda. Nuestra Águeda, nuestra ágata, una de esas piedras preciosas que de cuando en vez la vida te pone en el camino como si fuese un sortilegio, un amuleto que conservar, que proteger. Y para mi es un privilegio haberla encontrado, sentirla tan cerca, tan protectora.

Os hablaré de ella porque ella siempre está hablando de nosotras, sus Águedas, sus hermanas, y siempre se guarda en un rinconcito su trabajo callado, la tremenda ilusión y energía que pone en todo lo que hace, la emoción a flor de piel cuando recuerda que ella es eslabón, parte indisoluble de una cadena muy antigua de mujeres valientes y libres que un día, hace ya muchos años, decidieron hacerse fuertes en su casa, entre las suyas.

Águeda es un bellezón por dentro y por fuera, quizá porque todo sea transparencia, porque no se guarda nada. Sé que esta foto no le hace justicia a su sonrisa inmensa, a la tremenda dulzura de sus palabras, a esos ojos azules que insultan de puro bonitos. Pero sé también que esta foto le encanta porque está al lado de su santita, nuestra santita de San Lázaro. Y porque probablemente fuera yo la que estuviese tras la cámara ese día de vísperas en que bajamos a ponerle las flores a la iglesia para dejarla preparada para la procesión de febrero, cuando los cohetes anuncian su presencia por las calles del barrio y se nos acelera el pulso y los corazones, y perpetuamos los cánticos y las tradiciones que sostuvieron las herederas de la alegría.

Os hablaría de ella por muchas cosas que me guardo en mi corazón y que ella y yo sabemos. Por el regalo de ver crecer a Lucía tan preciosa, tan llena de luz. Por las miles de puntadas que cosen amor de madre a miles de lazos de niñas. Por esas confidencias que quedan de tú a tú y que casi nos leemos en la mirada. Por el apoyo constante en este verano maldito que tanto nos ha robado y en tantos momentos de mi vida en que cura más una sonrisa que todas las tiritas del mundo. Por su mano en mi mano en los momentos de dolor sin necesidad de decir nada, con el verso de Agustín en el aire y la tierra leve humedecida, ya abrazando.

Espero, Águeda, que te lleguen estas palabras con la misma emoción con que yo ahora las escribo, tan desde dentro, tan de verdad. Era obligatorio traer a esta fábrica de sueños a quien tantos sueños ha compartido conmigo y a quien cose y repara, como si fuera uno de sus lacitos, puntada a puntada, mi alma.

Te quiero.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Al otro lado de la vida


Esta es la mano que acaricia a los zamoranos que están al otro lado de la vida, más allá del amor, más allá de la ausencia, del dolor, del miedo a la muerte. Nuestro Jesús. El que tantas veces hemos abrazado bajo la madera. El que tantos silencios sabe.

Esta es la mano que acaricia el aire de marzo, la luna de abril, cuando lo descendemos hasta el camposanto y prometemos ante sus muros la resurrección y la alegría, la Luz y la Vida, la esperanza de que somos eternos, de que somos más fuertes que los siglos, que somos mucho más que corazón y memoria, carne, sangre, herida.

Cuidadnos desde lo alto. Sabednos. Sentidnos. Apuntaladnos cuando nos sepáis vencidos. Abrazádnos desde el otro lado, no nos soltéis la mano. Seguid siempre tan cerca.

Aquí, en la tierra, os echamos de menos. Os queremos.


(En Zamora, su pueblo y el mío, se nos ha muerto hoy Agustín García Calvo. Tan grande. Tan inmenso. Tan sabio. Vuela alto, Agustín. Libre te quiero, siempre. Ni de Dios ni de nadie)

jueves, 25 de octubre de 2012

Michu, princesa del Siam


Llegó a mi cuando no era más que un gurruñito que ocupaba poco más que la palma de mi mano. Un gurruñito sin apenas bigotes (sabe Dios dónde habría metido el hocico) de pelusa blanca y ojos casi transparentes de azul y pena, recién separada de su madre y de sus hermanos de camada, aterrorizada ante un mundo nuevo, tan indefensa que era imposible no quererla en el mismo instante en que traspasó los umbrales de la casa.

Era tan pequeñita que me robó el alma en cuanto la puse sobre mi pecho para que escuchase por primera vez los latidos de mi corazón, ese corazón sobre el que cada mañana la abrazo para recibir sus primeros ronroneos, el tacto frío y húmedo de su nariz, sus lametazos ásperos, pero tan tiernos, que me salvan el día, que me crujen entera por dentro.

Hoy, veinticinco de octubre, Michu cumple quince meses. Vino al mundo un día de Santiago, con los calores de julio castigando la tierra, y arribó a mis brazos en los primeros días de septiembre, como si el Dios de los gatos me la regalase para hacerme más llevadera una larga convalecencia, aquellas tardes de sofá y dolor en la carne que ahora me parecen una nimiedad comparadas con el dolor del alma, que no se ve, que no pesa, que no tiene límites, ni heridas, ni cicatrices, ni curas. Sólo pena y desconcierto. Sólo tiempo sobre tiempo y la tremenda fortaleza que da saber que mi corazón siempre estuvo vestido de domingo, que mi lengua nunca conjugó engaños.


Adoro a mi gata, que todo lo ha vivido conmigo, como si fuese una prolongación de mis propias emociones. Como si nos hubiesen traicionado a las dos a la vez. La adoro porque va a su bola, pero siempre cerca, husmeando, curioseando, derrochando vida. Porque duerme despreocupada acoplada en mi cadera y se cuela victoriosa bajo las sábanas. Porque se sienta sobre la impresora para ser la primera en leer lo que escribo. Por sus puntazos de depredadora nocturna, sus caricias con garras que no arañan, que no hieren.

Por su necesidad de mimos sin pedirlos, por la sinceridad de su lengüita lamiendo esas heridas que no se ven. Por esa especie de diálogo cuando yo le hablo como si me entendiera y ella responde como si la entendiese. Y nos entendemos. Adoro el tacto de su pelo suavecito, el calor que desprende sobre el edredón para que la cama deje de parecerme tan ancha, tan enorme, tan vacía.

Adoro a Michu porque ella es testigo vivo de que no todo fue engaño ni miserias ajenas entre tanto engaño y tanta miseria moral, o quizá porque guarda en sus ojos azules, insultantes de bonitos, la única verdad entre tanta mentira, ese amor gatuno que es más cierto que todos los 'te quieros' del mundo pronunciados con lengua envenenada, con palabras que todo lo ensucian, que dejan tanto asco, tanta decepción en las entrañas.

Gracias, Michu, por tu presencia gatuna en mi vida. Gracias, princesita del Siam.

(Entre la primera foto y la última media un año de diferencia. Ambas son del 25 de octubre, de hoy y de 2011. La foto del medio es del gozoso día de septiembre en que Michu llegó a mi vida. Su primera foto)

jueves, 18 de octubre de 2012

Llueve


Llueve. Llueve con lluvia que no cesa, como ese rayo que incendió de dolor las palabras del poeta, la elegía, el cántico en la muerte del amigo, la ausencia de todo lo que alguna vez se ha amado.

Llueve lluvia sin sed, lluvia que no limpia, que no lava, que no arrastra. Que no alivia esta otra sequía, las tripas contra las tripas, pegadas; este vacío que no quiere más lágrimas, ni más agua, ni más nada. Que no necesita nada. Que no pide nada. Ni siquiera palabras. Ni más lluvia. Nada.

Llueve. Michu se acerca a la ventana, husmea las gotas que empapan el cristal y se enrosca sobre el cojín, cerca, a mi lado, sin hacer ruido. Duerme. Como si no lloviese. Como si el cielo no gritase tantas cosas, tanta pena sobre mojado, tanto vértigo, tantos latidos muertos, este precicipio en el que vivo. No sabe que cuando llueve es la noche la que golpea en la ventana con sus nudillos de agua. Esta noche tan larga, tan sin luna. Este silencio que no cesa.

Afuera sigue lloviendo.


(La imagen es de internet. Desconozco su autor)

lunes, 15 de octubre de 2012

Te quiero, Tere

Aprendo a reconocerte en las cosas invisibles, en las cosas pequeñas, imperceptibles, que siempre me hablan de ti, que nunca te dejan irte a ningún sitio, que te atan a mi alma para que nunca te marches del todo. En la fuerza de los tuyos, en tus cinco costillas, en esa unión más fuerte que la propia vida, en esa lucha cotidiana por seguir mirando de frente a la vida, que tan cicatera ha sido con todos. En cada paso de Guti padre, en los matinales besos de mi Guti hijo, mi amigo del alma, mi niño, mi compañero en tantas cosas, en tantos momentos, en tanta vida.

Aprendo a buscarte en cada sonrisa, en cada rincón de la casa, tu casa, donde aún huele a tus comidas de postín, a los fogones generosos donde todos éramos bienvenidos; en la promesa de futuro en el vientre de Nuria, en este otoño que susurra tu nombre todos los días, todos, cuando tanta falta me haces, tanta falta nos haces, y te busco cerca para que todo sea más fácil, menos pesado, más llevadero.

Aprendo a llevarte conmigo, a intentar no echarte de menos, a sonreirte desde aquí abajo para que sepas que el vínculo está intacto, que nada hay de mí a ti que no sea verdad, ganas de desgastar la vida bajo tu sombra. A creer, a esperar; a dar fe de esa resurrección que tantas veces hemos celebrado bailando Mayalde en el patio de casa cada domingo de Pascua. A sentirte cuando nadie se da cuenta y yo tengo la certeza de que estás a mi lado para consolarme, para levantarme, para recordarme que soy una tía fuerte aunque a veces me quiebre como el cristal.

A cerrar los ojos y escuchar tu voz, y saber que sigues ahí, tan cerca, tan protectora, tan leal, tan queriéndome en este octubre -Teresa, ternura. Mi Tere querida- que ya no es octubre porque hoy me quedaré con ganas de llamarte y de celebrar un año más, de seguirte queriendo aquí, carne, calor, por mucho que me empeñe y me emplee en esta nueva forma de quererte tan anormal, tan atípica, tan a este lado de la vida; de seguirte abrazando cada día hasta que siento que el aire me acaricia y reconozco en su soplo el aliento de tu palabra sabia y sincera, el susurro de tu nombre, tu presencia tan querida.

Y quiero celebrarte siempre. Hoy, ahora. Este quince de octubre sin santo ni seña. Mañana, pasado, después. Hasta mi último día. Y quiero escribirte desde la alegría aunque me cueste la misma vida reconocerte en las cosas invisibles, en tu no presencia; acostumbrarte a este tenerte al otro lado, sostenida en la fe, en la certeza de que somos eternos. Y quiero guardar en esta fábrica tu puesto de soñadora, el hueco de tus comentarios, tus llamadas, los febreros que tienen que venir, tantas cosas que ahora mismo me duelen como una herida sin fondo pero que mañana serán la pista, la consigna para recordarte con una sonrisa inabarcable, con el agradecimiento a la vida por dejarme estar, ser y crecer a tu lado desde niña.

Te quiero, Tere. Te quiero. Cuánta falta nos haces por aquí abajo. Cuánta, Dios mío. Cuántos huecos tienes para rellenar en mi alma, en nuestros rincones, en nuestro día a día. Cuántas tiritas que ponerme por dentro.

Feliz santo, cariño mío.



(La foto, tan bonita, es de la boda de Ana Teresa. Tu niña. Nuestra niña. Así quiero recordarte siempre: emocionada, inmensamente feliz al lado de José Luis, tan cerca de esos nietos que están en camino. Gracias por tu vida, Tere. Gracias por la inmensa lección de amor que nos dejas)

lunes, 27 de agosto de 2012

Mala bestia

(Con el paso del tiempo nos aprendimos sus caritas, sus nombres. Aprendimos a quererlos y a esperarlos, manteniendo viva la débil llama de la esperanza que sostenía en pie a su madre. Pobre madre. Hoy sólo queda dolor, certeza, impotencia y rabia, mucha rabia. Esta columna está en 'borradores' desde el día después de que desaparecieran Ruth y José. Entonces no la subí al blog aplicando esa presunta inocencia en la que no creía. No publicarla era un pulso que le echaba a Dios. Y lo he perdido)


Mirad bien al hombre que esconde sus ojos tras unas gafas de sol. Es una mala bestia. Una presunta mala bestia. Se supone que es un padre, pero los padres, por ley natural, protegen a sus hijos, se parten la camisa y darían su vida si preciso fuera por ellos.

Miradlo bien. Es una mala bestia. Ni eso, porque las bestias del campo defienden a sus cachorros de todo mal. Porque las bestias cuidan de su prole y sacan las uñas ante quien las amenace. Se supone que es un padre, aunque la palabra le viene muy grande. Quizá sea también un asesino. El asesino de sus hijos, de los pequeños Ruth y José, cuyos rostros conocemos por las fotografías que difunden los diarios.

No puedo contemplar sus rostros sin vergüenza. Por lo que somos, por lo que podemos llegar a ser. Mala bestia. Me da vergüenza esta especie humana. Pobres niños. Pobres inocentes de la demencia de los adultos, del odio. No puedo ver la promesa en sus caritas, el futuro cercenado, la inocencia, el olor a suavecito de su piel. Hay que ser mala bestia para hacerle daño a un niño. Porque los niños son lo más frágil de esta sociedad tan sin médula que tenemos. Lo más puro.

No puedo casi escribir. Me da vergüenza. Y me hierve la sangre. Mientras yo hago que escribo, la Policía -que ayer escarbó con sus manos la tierra-, hoy los busca en el agua. En las aguas del Guadalquivir, el río altivo de los Omeyas. En las aguas de los misterios, de los secretos. En las aguas enamoradas de la vida. Ya sin vida, ya sin promesa, ya sin futuro. Muertos, quizá, a mano de su padre, de esa mala bestia que aparece en la foto. Presunta mala bestia. Hay que joderse con el 'presunto'.

Nunca he entendido a aquellos -hombres y mujeres- que utilizan a sus hijos para hacerle daño a quien un día compartió techo, sábana y vida con ellos. Miradle bien. Es una mala bestia. Y si los hechos y el tiempo demuestran que no, Dios me perdone por prejuzgar a un inocente y sea la alegría en esta fábrica sin sueños. En mis palabras va la culpa sin disculpa. Y celebraré la vida de esos dos niños cuyas fotos no puedo mirar sin vergüenza, sin ternura, sin un dolor hondo, como si fueran también parte mía, sangre de todos.

Pero si no fuera, si se confirmase esa condición de mala bestia, que a esta mala bestia no lo redima ninguna locura. Que a esta mala bestia no lo perdone ni el cielo ni la tierra.

Ni el cielo ni la tierra. Nunca. Porque los niños son la sonrisa que mueve el mundo. Y el mundo se detiene allá donde Ruth y José cerraran sus ojitos, aún despertando a la vida.


(Descansad, pequeños, en la paz que os robaron; en el abrazo del Dios en el que creo)

domingo, 29 de julio de 2012

Pero tú no, Tere. Tú no.


A ver, Tere. A ver cómo te explico que me has dejado sin palabras, que no sé qué coño escribir aquí, frente a esta pantalla en blanco que de cuando en cuando se me pierde entre tanto dolor, entre tanta rabia, entre tanto desconcierto, entre tanto no saber qué decir.

A ver cómo te digo que hoy no sé escribir, con lo que tú disfrutas entrando aquí de puntillas, en esta fábrica de letras y en toda mi vida, en todos mis sueños, para vestirlos de gala y ponerlos a bailar por las calles y dentro de mi alma.

A ver cómo resumo tantas cosas, tantas confidencias, tantos abrazos, tanta verdad entre tú y yo. A ver cómo te explico que febrero ya nunca será febrero; que tus Águedas tenemos la voz y el corazón quebrado, que nunca sonaron más tristes las saudades de la dulce lengua portuguesa ni tan lejana la felicidad, la suerte inmensa de compartirte.

A ver, galana, cómo te escondo tantas lágrimas, con lo que a tí te jode verme llorar, que intenten hacernos daño a los que quieres por encima de todas las cosas, en todos los momentos, frente a todas las tempestades. A ver cómo le cuento al mundo tanto amor, tanta inteligencia, tanta fortaleza, tanta alegría, la luz infinita de tu presencia, el regalo de vida que nos hiciste cuando fuiste poniendo a tus hijos en el mundoy nos dejaste cobijar bajo su sombra de amistades para toda la vida. Para toda la vida, Tere, aquí o allá; en la tierra o más allá de las estrellas. Siempre.

A ver cómo soy capaz de explicarte cómo me duele escribirte, cómo duelen las mil y una cosas por las que debería darte las gracias de nuevo, aunque siempre le haya dado gracias a la vida por ponerte en mi camino y hacer tanto kilometraje de la mano. Nunca me sueltes, querida mía. Nunca me sueltes.

A ver cómo te cuento que la gente puede morirse, que esto es el instante, que somos tan frágiles. Pero tú no, Tere. Pero tú no.

Tú no.

Gracias, hermana mía, amiga mía. Gracias por tu vida.

Te quiero con toda mi alma.

lunes, 16 de julio de 2012

Diré siempre tu nombre, Carmen

                                        (AVE MARIS STELLA)


El mes de Julio grabó con nombre propio el día dieciséis sobre el calendario de mi alma. Carmen.

Así se llamaba mi abuela, que vio la luz primera en la fiesta de la Virgen del Carmelo, vistiendo de alegría nuestras casas y nuestros manteles durante los 96 años que tuvimos la dicha de tenerla, de disfrutarla, de compartirla, de abrazarla aquí en la tierra antes de dejarla emprender el vuelo y ser viento. La mujer fuerte que sembró amor desbordado, memoria por encima de la carne, de la muerte, de los siglos. Nuestra golondrina de julio, recia y tierna a manos iguales, generosa hasta vaciarse las manos en las manos del prójimo y no guardarse nada nunca. La que me pintó los ojos de verde y gris mucho antes de que yo naciese y me forró las paredes de las entrañas con la fortaleza de los que nunca se rinden, aunque no pueda evitar emocionarme como ahora me emociono cada vez que hablo de ella, porque su nombre se posa sobre todas las cosas, tan cierto. Carmen. El beso siempre. La ternura. Abuela querida.

Carmen. Las dos sílabas del gozo en la mitad de julio. Así se llama la Virgen de mi Barrio, Vida, Dulzura, consuelo de tantas cosas. La Señora que esta tarde recorrerá las calles de Zamora sobre un jardín de rosas con el Niño en brazos y el escapulario en las manos, sonriendo, con una corona de Reina que forjaron siglos de plegarias a sus pies. Aquella que llamé sin voz, con la garganta rota, en la sala de espera de un hospital de madrugada, mientras Salamanca dormía, y me escuchó porque se llamaba igual que mi abuela, que siempre la llevaba sobre el pecho, que siempre le rezaba con la misma fe con que yo pronuncio su nombre porque sé que Ella conoce mi voz cuando la llamo sin palabras, con el alma en los labios y la esperanza apostada en las ventanas de mi casa, sobre la almohada de los que quiero.

Carmen. Así se llama aquella otra Virgen Marinera, la que los barquitos saludan con sus sirenas cuando entran en la Bahía y Cádiz se ofrece abierta como una flor de estío sobre el Atlántico, con sus casitas de colores y sus azoteas mirando a poniente, con sus dos campanarios anunciando alegrías tras los baluartes que tantos siglos defendieron la ciudad. Carmen. La del agua y la de la sal, lucero bajo palio de los que surcan los océanos con la promesa de arribar siempre a tierra firme. Estrella de los mares. Salve.

Yo diré siempre tu nombre, porque el amor se conjuga en tus letras. Por la memoria de los que tanto he amado; por la vida de los que siguen a mi lado; por las madrugadas de vísperas y los lazos de amistad anudados junto a tu mesa con Enrique, Roberto y Raúl, que esta tarde te guiará por las calles con la emoción a flor de piel, sumando años, contemplándote tan bonita, bendiciendo los tilos, las piedras, los balcones, regalando vida.

Yo diré siempre tu nombre de sal y de estrellas, cantes de ida y vuelta que me traen la alegría hasta el Duero, que mañana será agua que baje a besar la arena dorada de la Tacita, llamándote en mi nombre, besándote. Y guardaré este día en el calendario de mi alma siempre, porque su nombre es el nombre del amor, el verso, el pañuelo, la caricia, la acción de gracias, el cántico hondo de todo lo que soy.

Carmen. Agua de Dios sobre la tierra que todo lo lava, que todo lo purifica, que todo lo calma.




(Gracias siempre también a Marcos y a Carlos. La fotografía es de Alberto García Soto y recoge el paso de la Virgen ante la fachada de mi casa. Mi padre la fotografía desde el balcón)






martes, 19 de junio de 2012

Antes de que caiga el telón

(Para Elvira Fdez de Barrio)                                     



Cierro los ojos y te veo así, sonriendo, con la mirada casi transparente y azul. Recitando con voz grave pero dulce, gesticulando entre bambalinas, enseñando a los niños a convertirse en árboles sobre el teatrillo de la Delegación de Cultura.

Sonriendo. Fuerte siempre en la apariencia frágil de tus maneras, en la suavidad de tus formas, en tu andar por la vida, de clase en clase, de escenario en escenario. Tú y tus niños. Esos que ya pasan de los cuarenta, que son artistas, maestros, amigos: Barreiro, Carpintero, Ricardo, Kely…y ese orgullo por la prosa de Juan Manuel, que defendías con uñas y dientes desde el pupitre del Amor de Dios hasta la gloria del Planeta.

Te veo defendiendo con una espada con nombre de leyenda, Tizona, un lugar para el teatro. Los otros niños que buscaron otros caminos. Luis Fer, Javier, Álvaro, Ana. Los nervios de los estrenos, el orgullo de los certámenes regionales para esos no profesionales que se defienden como profesionales cuando suben a las tablas.

Cierro los ojos y te veo así, tras el telón. Lejos de los despachos, de la política. Fiel a tus ideas, pero tolerante y plural. Amiga de todos. Trabajando por todos. Abrazando a esta ciudad tan herida. Haciendo más cómoda, más limpia, la camisa de lo público. Ojalá hubiese más como tú.

Cierro los ojos y te veo cerca, sonriendo, al pie de mi cama en el hospital. Tú casi sin fuerzas, ya con la herida dentro, y Asun siempre tan al lado, tan  contigo. Yo sin poder moverme. Y tu sonrisa iluminando aquella habitación. Y tu sonrisa de febrero allí, en el mirador de la calle Santa y Clara, Tati abajo, cuando las Águedas te mandamos un beso en forma de coplillas y pandereta y la garganta rota de emoción, de vida. 

Cierro los ojos y te veo, como los cerraré siempre para guardarme tu sonrisa cerca. Tu mirada azul y transparente antes de que se haga lo oscuro y caiga el telón. Y no sé si mañana, o pasado, o un día de estos, el calor humano será objeto de estudio, fenómeno de crisis sin riesgos. Pero sé que desde esta mañana Zamora es un poco más triste, bastante más pobre.

Un beso, Elvira.

lunes, 4 de junio de 2012

La ciudad que emerge del agua


Tengo miedo de cerrar los ojos y no verte algún día. De desdibujarte con tanta ausencia y no encontrarte en mis sueños.

Aprendí tu geografía palmo a palmo para que nunca se me olvidase tu silueta atlántica, estas noches que apuntan al verano de azules inabarcables, el último sol naranja muriéndose tras las murallas de Santa Catalina. Las dos sílabas que aprisionaron mi alma. Cádiz.

Te dicté mil veces mi nombre en la orilla para que siempre me reconocieses al volver. Perfumé de soledad tus callejuelas y te dije adiós desde el agua, mirándote, adivinándote entre la sal y mis lágrimas, vestida de verano, erguida sobre los siglos, tan hermosa, con tu cúpula amarilla, tus torres, tus fachadas de colorines y la ropa tendida en las azoteas.

Así te abarco entera. Así te abrazo siempre. Así te sueño despierta tantos días, tantas noches. Duplicada sobre la mar, inamovible con tus callejuelas de aire, impasible frente a las levanteras y los abrazos del poniente. Bañada en luz y en lunas, ventana de la alegría.

Y ahora tengo miedo de desandar la memoria de mis pasos, de no verte un día si cierro los ojos y me olvido de tu trazado en el horizonte, de la infinita belleza de la ciudad que se muere en el agua, que resucita en el agua, que emerge del agua como un milagro tres veces milenario.

Te echo de menos, Tacita.


(La foto es de Manué, que me sigue prestando sus ojos para no dejar de verte nunca)

lunes, 21 de mayo de 2012

Escribe, escribe, escribe...

A veces me pregunto para qué quiero una fábrica de sueños que no fabrica sueños. Una fábrica sin sueños con los cimientos en el aire, tan incierto. En noches así, sin apenas palabras, sin apenas ganas de escribir, sin ganas de soñar ni de poner a fabricar sueños al mundo, mi mundo pequeño, que cabe en los diez dedos de mis dos manos. Sólo aquí.

Noches así, en que sólo me rompe el silencio mis ganas de no decir nada; este silencio denso de una noche mojada sin tormentas; noches así en que sólo me rompe la soledad la mirada transparente, las canicas azules de mi siamesita, que anda por aquí a su bola, se va y siempre regresa. Como la misma vida, que nos acerca y nos separa, que nos cose, nos rompe, nos recompone y nos vuelve a quebrar. Como las aguas atlánticas que un día mojaron mis pies. Como las ráfagas del viento que mecen a su capricho el cereal manso. Como las olas breves que arriban a tierra, lamen la arena y regresan a la inmensidad del océano.

Noches así, de luna esquiva, en las que pesa el tiempo como si lo llevásemos todo sobre la espalda. Noches sin tiempo. Como si fuesen de plomo las pestañas y torpes los dedos que teclean, que no saben a dónde van, qué quieren. Como si fuese imposible poner en marcha una fábrica de sueños con óxido en sus entrañas, tan enquistada en su inactividad.

Entonces abro la puerta, entro sin echar el pestillo y dejo que llueva en la calle. Y me digo: escribe, escribe, escribe...

lunes, 7 de mayo de 2012

Gracias por tanto, Rosa

Dos baúles. Seis trajes de mujer de Carbajales y otros seis de hombre. Ese era todo el patrimonio que tenía Rosa cuando, al morir Franco, el grupo Doña Urraca dejaba de estar adscrito a Educación y Descanso y se quedaba en un limbo incierto en el que el futuro parecía un imposible. Pero pudieron más el coraje y las ganas, el tesón y la tremenda energía de Rosa, que supo aglutinar en torno a ella un grupo humano maravilloso en los tiempos más difíciles y se dejó la piel en su supervivencia.

Después llegó el milagro: de la mano de Luis Cebrián y Luis Cid, el grupo quedaba adscrito a la Diputación. Surge así la Escuela de Baile Doña Urraca. La primera escuela de baile tradicional de Zamora, por la que pasaron cientos de cachorros que después buscaron su propio hueco en el mundo de la música tradicional. Pero todo empezaba allí, en aquel árbol que iba extendiendo sus ramas, grande y generoso como la propia Rosa, tan recia y tan tierna.

Tuve la suerte de vivir y convivir con los Urracos, herederos de aquel grupo en el que Manolo Alonso o mi tío Eduardo cantaban el Bolero de Algodre para el mundo, que se deslumbraba con los bordados carbajalinos, los puños dobles de las camisas, la lana de colores, la cinta de seda. Aquellas cenas de Santa Chechi en el España. Aquellas tardes en el Chillón. Maribel y Mariángeles. La vieja postal en la pérgola del Castillo con Jesús Sesma hecho un chavalín. Aquellos baúles de mimbre, aquellos ensayos mil veces ensayados: "Cuidado con las filas, brazos arriba". Aquella disciplina que era también cariño multiplicado para cada polluelo. Las lágrimas por Rafa, tan guapo, tan pronto. Los increíbles ojos azules de Susana. Los recreos de instituto con Fernando, Amparo, Marta, Juanchi, José Luis, Ángel. Carolina, Eduardo, César,Rubén, Guti, los Iglesias, Miki, Alfredo,hechos casi unos bebés. Amistades y amores para siempre que también son parte de mi vida.

Aquella primera dulzaina de Merce. La voz poderosa de Fer. Los cientos de cafeses con Rosa en la Diputación, aquellas llamadas para desfogarse: "Ana, ¿sabes qué me ha hecho este cabrón?" Así, sin alharacas. Como la gaseosa, que pega el zambombazo y luego va quedándose en agua de borrajas. Genio, figura. Energía pura. Tanto trabajo, tanta energía. Tan al pan, pan y al vino, vino. Tan tremenda, Rosa, en estado puro. Tan sin pelos en la lengua, tan leona para sus cachorros.

Bajé a despedirla. A rezarle el padrenuestro hacia adentro y dejar un beso para que lo sintiese allá arriba. Porque creo; porque sé que hay otra vida en la luz. A darle las gracias por todo; por tanto. Porque esta tierra zamorana siempre estará en deuda con el inmenso legado que deja, ese milagro que multiplicó aquellos doce trajes de Carbajales por centenares de manteos y rodaos, mandiles, pañuelos franceses; en mildes de kilómetros, de música, de amistad, de alegría.

Zamora, su historia y su cultura, siempre estará en deuda con Rosa, porque ella fue el único hilo conductor de nuestros bailes tradicionales en los años del olvido. Después todo se diversificó y cada cual encontró su forma de mostrar la riqueza, el tesoro que guarda Zamora escondido en la faltriquera de su historia. Pero todo ello tuvo un principio, un alma, un latido, un nombre: Rosa do Barros. Tan grande. Tan auténtica.

Esta fue su vida, este su empeño, este el fruto. Y su anhelada Europeade, la que vistió de colores, idiomas y sueños la ciudad dormida. Esa Europeade a la que me quiso llevar mil veces y mil veces tuve que decir que no por trabajo. O la gabacha prometida, aquella que nunca llegó a hacerme por esta puñetera pereza mía de no ir a tomarme siquiera las medidas.

Rosa se ha ido tejiendo medias para sus niños, para esos 'hijos' que aprendieron a formarse como hombres y mujeres a su lado. Los mismos que estamparon sus nombres y sus firmas en la última carta, en los cientos de besos que ya nunca se llevará el aire. Bien sabía ella que después de Rosa, nadie. Nadie, al menos, con tanto amor. Que nadie podrá multiplicar su tiempo en organizar, dirigir, coser, disciplinar y querer como ella.

Hoy, siempre, la familia Urraca guardará una ausencia imposible de llenar. Pero ella, tan previsora, ha dejado bien atado el futuro, para que no se nos olvide que hubo una mujer impagable que sostuvo en sus hombros el peso de todo el saber tradicional. Ahí el reto, Miguel Ángel. Con la cabeza muy alta. Y los brazos arriba, y las filas impecables. Esta es su memoria.

Descansa un poquito, Rosa. Te lo has ganado. Y enséñales allá arriba las jotas, los brincaos, los agarraos y las culadas. Y que te quieran, te cuiden y te honren como nosotros aquí abajo.

(Merce, Fernando, os abrazo)

(La fotografía del grupo, muy mala y mangada de internet, es la de la Doña Urraca eterna en mi vida; la imagen de Rosa se la tomo prestada a Fernando de su Facebook)

miércoles, 29 de febrero de 2012

Mañana seremos memoria

Hoy aún asoma a la pantalla del ordenador, testigo de ese barandales virtual en que nos fuimos convirtiendo construyendo, levantando los muros invisibles de una casa grande. Tan grande, que cabíamos todos. Una casa donde se vivía con pasión la Pasión, en mayúsculas. La Pasión de Zamora. La Pasión de todos los zamoranos, los de aquí y los de allá. La Pasión de todos los que celebran cada año con el alma limpia y la mirada limpia la muerte de Jesucristo, que finalmente subirá Resucitado por la cuesta que vierte en mi plaza o por cualquier cuesta del mundo.

Pienso en aquel chaval tímido, 'greñúo' como mi Nazareno gaditano, Javier, que con cuatro aperos técnicos, ayudado por sus hermanos, cimentó y puso en pie esa gran casa con la primera luna de la primavera por techo y las estrellas de tantas noches aguardando tras las ventanas. Noches velando almas y plegarias, noches de pies desnudos, de pana verde, de sudor bajo el paso. Noches de frío glacial y bombardino, de Miserere esperando la claridad junto al Calvario erigido sobre los adoquines. Noches de redactar las crónicas en caliente, con la túnica de lana puesta y el frío de las losas en los pies; noches de subir galerías de fotos con las imágenes que aún iban prendidas en la retina, hasta que la madrugada saludaba la primera entrada, mientras la ciudad dormía a la espera de un nuevo día santo.

Ahí, en esa casa, no cabían las vanidades, ni los besos de veneno y culpa, ni las monedas manchadas de traiciones. Ilusión, sólo ilusión. Y mucho trabajo. Callado, sin anuciarse, a imagen y semejanza de Javier, cuyo pudor le impedía obtener cualquier reconocimiento público. En torno a él, se vertebró una familia de verdad que nos hemos visto compensados todos estos años con el mejor de los sueldos: la amistad, la sonrisa, el abrazo. Las horas de radio, el mantel compartido. La cúpula a nuestras espaldas, tocando el cielo de Zamora. Tantas cosas, tantas. Tanta verdad, tanta emoción. El pan a medias, el vino en la misma copa.

Gracias, Javier. Gracias siempre. Por tanto. Por todo. Por lo que nos resta. Para siempre. Ha sido un orgullo compartir este viaje contigo, poner ojos y voz a lo que siente nuestro pueblo, que pervivirá por los siglos, por encima de las personas. Eso es lo que nos salva. Y esa Cruz universal que se alza en el Campo de San Francisco en cualquier parte del mundo, que siempre florece cuando llega abril. Y esas lágrimas que nos limpian, aquí o allí, a cielo raso o bajo palio, en el Duero o en el Guadalquivir. Y ese Nazareno que un día dejará el madero para andar en la mar. En la mar de Cádiz.

Gracias, Alberto por tu coherencia con todo aquello en lo que crees. Porque tú eras esa pieza imprescindible de cordura. Por tu fe inquebrantable, por tus cimientos, tan sólidos.

Gracias, Jose. Gracias, Víctor. Gracias, Álvaro. Gracias, Ana. Gracias, Jaime y Rubén. Gracias, Manolo y Juan Carlos. Gracias, Jesús. Gracias, Horacio. Gracias a los que siempre estuvísteis cerca; a todos los que en algún momento habéis sido parte de esto. Gracias a los foreros del terruño y de la diáspora que hicieron del foro un lugar de encuentro y no un vertedero de inquinas; porque eso no es Semana Santa. Gracias a los que nos han leído con la misma emoción, con el mismo cariño que hemos puesto en todo.

La Pasión de Zamora tintinea hoy por última vez en el ordenador. Hemos cumplido una etapa. La cumplimos hace tiempo. Nuestra será siempre la satisfacción de haberlo vivido, de haberlo contado. Mañana, seremos memoria.
.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Tú eres la sonrisa del mundo

Sé que te amo porque cierro los ojos y me veo en tus calles vestida de verano, rompiendo el aire, descontando los días que restan para febrero. Porque sólo con desearte desando kilómetros y venzo este frío tan de mi tierra para sentir la caricia de tu viento de Levante secándome el pelo, besando con arena y salitre mi rostro.

Sé que te amo porque cada noche rezo tu nombre como la letanía a una diosa, aquella que miraba al mar bajo mi ventana. Porque espero las madrugadas cosida a la pantalla de mi ordenador buscándome entre las butacas, en el foso del templo de ladrillos coloraos. Allí donde conocí de primera mano el revuelo de los camerinos, las gargantas rompiéndose noche tras noche, el humo que echaban los teclados que intentábamos transmitirle al mundo lo que Cádiz canta bajo la luna. Allí, en ese Falla donde descifré tu nombre por tangos, donde conocí las tripas mismas del Carnaval cuando ya lo tenía enredado en mis tripas, si la poesía y la música de Juan Carlos me condenaron en el mismo patíbulo donde una comparsa le cantaba a la luna con las manos atadas y el espíritu sobrevolando aquellos muros.

Sé que te amo porque todas mis noches desembocan en La Viña, con el mar pegando fuerte por Arricruz y la primera luz convocando a una retirada a destiempo, con la humedad de Poniente calando los huesos, la rasca de la ginebra envalentonándome el alma y el olor bravío de las aguas lamiendo mis pasos de retorno. Porque mi lengua recita tus cuartetas, porque mi voz canta siempre en todas tus voces.

Sé que te amo porque te he desvestido mil veces con la claridad primera, a la derecha el Campo del Sur, la cúpula amarilla, la dorada piedra ostionera; y más allá, a la izquierda, San Fernando, con el guiño intermitente de tu faro pidiéndome permiso para entrar en mi casa mientras yo volvía con la mochila cargada de versos y la playa se hacía arena y verdad despuntando el día.

Sé que te amo porque tu nombre está pegado a mis labios como el beso del deseo, como el nombre maldito, el veneno, el agua, la vida. Porque tus coplas llevan el tres por cuatro de mis latidos, que siempre percuten con sus nudillos sobre mi pecho, galopando sin piedad sobre mi memoria, obligándome a quererte.

Sé que te amo porque te echo tanto de menos que me dueles aunque tú eres la sonrisa del mundo. Porque no quiero que mi cántico sea un lamento, si tú eres la cuna de la alegría, la novia del mar, la Tacita donde vierten todos los sueños de esta fábrica.

Cuánto te quiero, Tacita.

(La foto es de Manué que se posa su mirada como nadie sobre todas las cosas que hay en nuestro Cádiz)

jueves, 2 de febrero de 2012

Rafael, versión 4.1

Malacostumbré al pequeño de la casa por su cumpleaños y ahora, cada dos de febrero, vengo a esta fábrica a presentarle respetos y cariños. Para que no se nos olvide que somos hermanos; que compartimos mucho más que la genética o el verde de las pupilas. Tanto, que no cabría en este blog ni éste ni todos los doses de febrero hasta que se acabara el mundo.

Mi hermano Rafa hoy estrena la versión 4.1 de la vida. Podría decirle que no es tan malo, que cumplir años siempre es sumar, por mucho que a veces miremos hacia atrás y nos sintamos más perdidos y menos seguros que cuando éramos más pequeños. Pero esto debe ser crecer. Pero esto es la vida. Y a mi me encanta vivir, incluso cuando reniego de la vida. Incluso cuando le pediría de verdad al mundo que parase para apearme.

Me encanta la vida, incluso cuando hago marcas de agua en el calendario con las lágrimas que dejo escapar a escondidas; incluso cuando tengo el corazón tiritando y cada latido es un imposible. Me encanta la vida, hermano, incluso cuando nos abofetea, o cuando la desesperanza araña con tal fuerza nuestras tripas que nos duele. Porque sé que al final uno siempre se levanta, se pone de pie y sigue caminando por su destino, solo o acompañado, sumando doses de febrero, dieciséises de abriles, completando calendarios.

Porque sé que cada herida deja unas cicatrices invisibles en la piel; un código de barras cifrado en el alma que a la larga nos hacen más fuertes. Y quiero pensar que tú, que siempre serás el pequeño, navegas por ese aprendizaje de dolor y lo salvas al final con una sonrisa que hace que me guste aún más la vida. Porque cuando tú sonríes es como si a mí se me encendiesen todas las luces.

Porque la vida, contigo cerca, siempre me apetece mucho más. Porque no entendería mi propia vida si no hubiese habido un dos de febrero en que vinieras al mundo. En el día de las Candelas. En el día de la luz.

Te quiero.

Feliz 4.1, Rafita!!!


(La imagen es una fotocomposición de Rafa sobre su cumple que le he mangado del Facebook. Haciendo el macarra, rodeado de amigas, conmigo cerca, celebrando la vida como yo celebro la suya)

martes, 31 de enero de 2012

VERGÜENZA

Vergüenza. No encuentro otra palabra. Vergüenza. En mayúsculas, como el título. Vergüenza de ser zamorana. Vergüenza por la desvergüenza de quienes nos gobiernan. Vergüenza por la desvergüenza de ser cofrade, si ser cofrade es que se nos llene la boca con la Semana Santa pero que no arrime el hombro 'ni Dios' en los días que no son Semana Santa. Vergüenza.

Esta tarde, a las ocho en punto, ha cerrado sus puertas el Museo de Semana Santa de Zamora por falta de fondos para mantener los gastos mínimos del edificio. Y mientras los cofrades ponen al presidente de la Junta de Cofradías 'de limpio' en foros anónimos o en los corrillos de los bares, nadie apunta con el dedo a los auténticos culpables del desaguisado, que somos todos, desde el Ayuntamiento, con una deuda acumulada de 90.000 euros, o la Junta de Castilla y León, que no incluye en las rutas turísticas potenciadas en la reciente feria de FITUR la Pasión zamorana, pese a ser una de las primeras en ser declarada de Interés Turístico Internacional. Vergüenza.

Vergüenza por la desvergüenza del chiringuito turístico que en dos años ha dejado un agujero de 270.000 euros en las arcas municipales y que ya en su día redujo a la mitad las subvenciones a las cofradías; o del ágape institucional que cada Jueves Santo se monta la Diputación para que los jerifaltes, esos que nosotros elegimos, contemplen en palco de preferencia el Miserere que Zamora entona con la garganta rota de emoción mientras pasa Muerto por las calles Cristo Yacente.Vergüenza.

Vergüenza por la mala gestión, porque las cofradías se han acogido a la sopa boba de las subvenciones año tras año y ahora, en época de vacas flacas y apretarse el cíngulo, no buscan soluciones unidas, en vez de tirarse dardos envenenados con una prensa dispuesta a darle alas a la mierda que airean, que debería lavarse en casa. Tirios y Troyanos en vez de hermanos y cofrades. Conmigo o contra mí. Vergüenza de nosotros. Vergüenza.

Vergüenza porque los días santos son también los días en que Zamora se llena de gente que hace funcionar el engranaje no sólo de la hostelería, sino de todos los sectores de servicios públicos que hacen el agosto en primavera pero miran para otro lado cuando se trata de realizar una aportación, por pequeña que sea, para que cada Semana Santa podamos celebrar la Pasión con el alma pero también con la mejor puesta en escena posible. Vergüenza de los cofrades que se rasgan las túnicas si suben un euro la cuota, pero luego pagan ronda para arreglar el mundo en el café de al lado. Vergüenza.

Mirad bien esas puertas. Ahí, en ese pórtico, se han sucedido desde la apertura del Museo abrazos y reencuentros, emociones indescriptibles que hasta hace unos años quedaban reservadas a las familias de los cargadores, que íbamos a esperarlos con el alma en un puño y el beso en los labios en premio al esfuerzo de cada procesión. Ahí, junto a los pasos, algunos echamos los dientes; ahí, junto a los pasos, algunos dejan el alma, las tripas. Más allá de los religioso, más allá de lo turístico, de lo tradicional. Ahí, tras esas puertas, reside el legado de todo un pueblo, la única herencia que Zamora recibió a lo largo de los siglos.

Miradlas bien. Ahí, tras esas puertas, se custodia uno de los mayores tesoros que tenemos los zamoranos. No hablo de las tallas, ni de su valor artístico, ni de esa fe que mueve montañas. Hablo de nuestro corazón, de las cadenas del querer que nos atan casi como una condena a esta tierra que a tantos nos niega el pan. Pero de eso qué coño van a saber quienes se visten de domingo para presidir procesiones y hacerse la foto detrás de las imágenes tras las que los zamoranos aprendimos a rezar casi antes de hablar. Vergüenza de vosotros. Vergüenza de nosotros. Vergüenza.

Vergüenza si esta es la forma de querer y de creer de mi pueblo. Vergüenza mayúscula, como el título, por todos y cada uno de nosotros.

Hoy cierra las puertas el Museo de Semana Santa. Hoy abrimos, en horario permanente, el Museo de la Vergüenza.

(La foto, robada de internet, es de Portalviaje.com)

sábado, 21 de enero de 2012

Si caminito del Falla.....

Si caminito del Falla encuentras el rastro de mis pasos, es que ya soy invisible en el viento, esta noche y todas las noches, dibujando mis huellas en el aire. Apostada en las puertas del templo de ladrillo rojo, tapizando las butacas del terciopelo encendido de querer estar allí y nunca estar, o estar siempre, como si no me hubiese ido.

Esperando Carnavales, viviendo Carnavales, con el corazón en los nudillos, llamando a las puertas de febrero, añorándote tanto, mi Cái, que a mis dedos le duele escribir tu nombre tan lejos. Cantando contigo en voz baja, siempre de noche, porque estas noches son la magia, el cántico de verdad.

Si caminito del Falla encuentras mis ojos empapados de Atlántico, bebiéndose la humedad de los empedrados, será que ya soy sólo agua, que con sólo sellar los párpados te sueño cantando. Que de tanto escucharte me aprendí tus coplas y las redacté sobre mi piel para que nunca se me olvidaran en las noches que no son febrero y me quema tu nombre en los labios. Que te abrazo con sólo pensarte engarzando eneros y ensayos, cables y pantallas en el foso, madrugadas de retorno desbordada de caricias en verso, ejércitos de poesía en mis oídos. Tu música, tu sagrada sinfonía.

Cantándote contra la noche, con la madrugada encima y la primera brisa sobre las mejillas. Y la mar en el camino de retorno, siempre ahí, bajo mi ventana. Mi Cái. La mar negra, como un cielo lleno de luceros, que son los barquitos faenando, santificando la pesca de todos los días.

Si caminito del Falla escuchas corazones por pasacalles, será que mi latido compone cuartetas para cantarte con versos malditos, con esta condena de tanto quererte sin tenerte ya nunca, de romperme la garganta de silencios, sin decir nada y esbozar con los nudillos el tres por cuatro que me ata a tus calles y a tus esquinas, que me dicta tu alma, tan antigua como la de los dioses que viven en La Caleta.

Yo estaré aquí, tan lejos, cerrando los ojos y contemplándote como siempre te ví desde mi ventana, erguida sobre el Campo del Sur, con la luz del faro parpadeando sobre mis sueños. Contando madrugadas caminito del Falla, viviendo Carnavales, escuchando el mar, cantando tu nombre al pie del mar. Siempre el mar; aquí, en tierra adentro. Apretando los puños, acariciándote, paseándote entera sin pisarte, dejando que me habites hasta que se acabe el mundo, hasta la última fibra, hasta el último día de mi vida.

Caminito del Falla cada noche, aquí, a setecientos y pico kilómetros, setecientos y pico pasitos, no más. Caminito del Falla para cantarte, para escucharte cantar, para escribir un año más mi nombre contra los vientos.

Te quiero, Tacita.


(La foto es de mi amigo Manué, a quien quiero dedicar este post para celebrar con él la vida. Su vida. Hace apenas un mes, Manolo le echó un pulso a la muerte en la UCI de un hospital y lo ganó. No podría concebir ya mi Cái sin la ventana de sus ojos, sin la caricia de sus fotografías, que son la realidad palpable de que la ciudad que canta por febrero existe y no fue un sueño de siete años que la vida me regaló. Esa ciudad mágica hoy empieza a cantar. Hoy se alza el telón del Falla y yo sigo preguntándome a qué sabe el olvido, cómo es posible llevarla tatuada entera encima de mi alma, tan viva, tan preciosa)

jueves, 19 de enero de 2012

19 de enero


“Ahora estarás junto a San Ildefonso y Las Marinas, oliendo los tilos, y yo estoy contigo recordando, reviviendo tanta vida, tanta cercanía a través del tiempo, de sonidos, de campanas, de piedras estremecidas, de calles, de plazas, de casas, de luces, de sombras, de árboles, de hombres, de tierras, de pueblos, de oficios, de tanta barahunda de cosas en compañía de tantos amigos que nos habitan y amasan el alma y cuyos nombres desbordarían el cauce de estas palabras volanderas… Sí, Antonio, porque la existencia cobra sentido cuando no se renuncia a nada como tú has hecho siempre y, sobre todo, cuando late en el centro del espíritu nuestra ciudad como el pulso imperecedero del Duero”.

(Claudio Rodríguez)

“¿Dónde reconocer ahora aquel pintor amigo que bajo la luz de lo días, en los aconteceres de las noches se nos perdía en los campos, nos encontraba en las capeas, delineaba los pueblos, se nos entreveraba con los rancios del cante en las agonías de la soleá, dibujaba en las plazas, compartía con los compadres, se emocionaba con los surcos y aprendía que el trabajo, como el pan sobrio de los Carbajales, de corteza tan recia, con la apostura y el tiempo, nos da el sabor más fuerte de la harina hecha trigo?”

"Nadie podrá ya nunca retratar a Zamora, desde el otro lado del Duero, que no nos lleve siempre a la memoria inmortalizada de quien así la pintó tantas y tantas veces distinta, veraz y única”.

(Jesús Hilario Tundidor)

Por una vez, dejo en el blog palabras que no son mías. Palabras sabias, de poesía consagrada, de amistad eterna a éste y al otro lado de la vida. Va por mi padre, que hace hoy 73 años, veía la primera luz en Zamora.

viernes, 13 de enero de 2012

Zamora, un gran cuadro de Pedrero


Todos llevamos dentro una ciudad que nos habita. Lo dijo el poeta. El amigo.

En la ciudad de Zamora, un 19 de enero, nacía Antonio Pedrero Yéboles. El hijo de Virgilio y de la señora Carmen. Aquel niño que jugaba a dibujar con tiza sobre el asfalto de la Plaza Mayor y a modelar en barro los pasos de La Congregación. Mi padre.

Aquel niño que se inició en los caminos del arte de la mano de Bedate y Castilviejo antes de ir a Madrid a consolidar en la Escuela de San Fernando, con el trazo prodigioso de sus dibujos, un estilo personalísimo.

Aquel niño que se bebía la luz del Duero, los atardeceres en Sanabria, la psicología de los personajes tras la barra de La Golondrina, el misterio de las noches de abril que desembocan en la Semana Santa.

Zamora lo habitaba mansamente, erigiéndose en óleo sobre el lienzo.

Nadie la ha pintado como él, irguiéndose pétrea y eterna al otro lado del puente. Nadie ha escudriñado sus calles, sus ocres y sus tejas tantas veces, si desde la orilla izquierda Zamora es un gran cuadro de Pedrero, como un mural inabarcable. Nadie ha plasmado de forma tan cierta sus gentes, recias y tiernas; o la silueta cárdena de la montaña sanabresa cuando cae la última luz.

Todos llevamos dentro una ciudad que nos habita. Y nosotros, todos, pasaremos. Y pasarán más diecinueves de enero, año sobre año. Pero Zamora permanecerá inamovible, cercada en el tiempo. Y permanecerá su mirada infinita, su pintura maciza recreando la piedra, las madrugadas desgarradas por un Merlú de bronce convocando a vivos y muertos a La Congregación.

Gracias, Antonio. Gracias, padre, por abrirle las puertas a la Zamora que nos habita. Por sobrevivir con ella, por sobrevolarnos con tu mirada. Por esos pedazos de la Zamora soñada, esos trazos eternos. Por tu magisterio. Por la luz de aquel 19 de enero, de todos los 19 de enero ya amasados como pan fecundo de una vida tan generosa.



(Columna publicada hoy en El Día de Zamora, con motivo del homenaje que le rinden a mi padre el próximo 19 de enero, día en que cumple 73 años)

viernes, 6 de enero de 2012

Son Reyes. Son padres.

Cada cinco de enero el cielo se tiñe de niebla y naranja, mientras las horas avanzan y desando el camino hasta la niñez, para rendir pleitesía a los únicos Reyes a quienes reconozco. Sus Majestades los Magos de Oriente. Mis padres.

Y vuelvo a aquellas noches de Reyes en que mi madre nos ayudaba a repulir los zapatitos (uno, en el balcón; otro, junto a la chimenea)y nos mandaban pronto a la cama, porque si no no venían los tres Magos. Mis hermanos y yo jurábamos que los escuchábamos taconear sobre los tejados, descender por la chimenea y comer los dulces crujientes que dejábamos en una bandejita, sobre la que por la mañana sólo quedaban miguitas, con el rastro de licor en un vaso y enormes paquetes de los regalos que un día pedimos en una carta.

Después, alguien que quería hacerse el fuerte ante el grupo te chivaba que los Reyes no existían, que eran los padres. Que no había camellos ni pajes. Que los altillos de los armarios guardaban en secreto juguetes y sueños. Y entonces era cuando creías que eran magos de verdad. Que esa magia inexplicable es la que nos cura cuando tenemos dolorida el alma. Es la que nos cose por dentro cuando caemos en pleno vuelo con las alas rotas. Es la que estira las nóminas hasta fin de mes. Que ese reino de cuatro paredes, tele y camilla es siempre tu casa. Que la luz de sus ojos es tu buena estrella. Que por mucho que les puedas fallar en la vida, ellos nunca te quitarán la corona que te pusieron en las sienes en la misma hora de nacer.

Son Reyes. Son los padres. Y aunque nunca les daré a leer estas líneas, todos los años me emociono cuando me siento en el ordenador en esta noche y repaso su fortaleza, esas sonrisas donde nunca concebías el dolor ni el miedo, esa infancia que siempre será el paraíso al que un día me encantaría volver; esos Reyes que hacen magia todo el año y se multiplican para que no les falte pan ni paz a sus cachorros. Esos Reyes que darían hasta la última gota de su sangre por una sóla gota de sangre tuya.

Ahora me iré a la cama. Y escucharé a los Reyes bailar sobre los tejados mientras mis padres duermen. Y volveré a rendirles pleitesía, a entregarles un corazón de niña erosionado de acumular años, de tanto dividirse en norte y sur, de tanto querer perdido por el camino.

Bienvenidos seáis siempre, Melchor, Gaspar, Baltasar. Y larga vida a Sus Majestades, mis padres.

(La imagen que ilustra el post es Zamora según los ojos de mi padre, que es un mago de los pinceles)