miércoles, 18 de diciembre de 2013

Te quiero, Marigel


Son las 0.01 de la madrugada. Ya es 18 de diciembre. Tu cumpleaños. Y un poco el mío, porque una parte de mi vida va cosida a tu vida. Porque te llevo tan dentro que me duele tu dolor y me inunda tu alegría. Y cumplo años contigo cada 18 de diciembre, en el día de la Esperanza, esa que nunca se pierde pero que a veces se desdibuja entre la niebla de los veranos sin sol, de los inviernos sin tiempo.

Te escribo así, de noche, como tantas veces he escrito con el corazón al borde del precipicio. Porque sigo con los bolsillos vacíos y el corazón lleno de palabras que a veces no digo pero que conoces. Palabras que sabes sin que yo diga, sin que yo haga. Amiga mía. Amiga. Queridísima.

Hoy cumples años, y es como si en estos doce meses últimos hubiésemos quemado miles de años, miles de vidas, miles de kilómetros. Todo tan lejos. Todo tan irreal. Todo tan distinto.

Pero tú eres real. Tú permaneces. Tú siempre, aunque no te abrace, aunque no te vea. Tú siempre cuando cierro los ojos y siento tu mano cerca de mi mano y tu sonrisa provocando sonrisas en mis labios para que se abran de nuevo a la vida. Tú estás, tú eres. Tú siempre.

Y yo, que no puedo regalarte nada con mis manos vacías, te dejo por escrito esta declaración de intenciones, esta declaración de vida siempre contigo, al lado, por muchas carreteras que tracemos en un mapa donde las distancias no existen. Sumando. Viviendo. Sonriendo. Mirando más allá del dolor, pasando de puntillas por el olvido.

Yo, que no puedo regalarte nada, te dejo esta foto con la luna de agosto brillando en mis pupilas aún enamoradas, en tus ojos asomándose a una vida nueva, en las lágrimas bebidas a sorbitos pequeños a solas, o juntas en un abrazo que aún duele, en el futuro que por fuerza nos tiene que reservar un huequecito en la isla de la alegría.

Porque tú eres mi regalo sumando, cumpliendo, viviendo. Y haces que vuelva a escribir en esta fábrica de sueños sin sueños para darte un beso antes de irme a dormir con la promesa de soñar y volar juntas, y regresar al tiempo de las confidencias, de esos secretos que morirán en nosotras y que nos atan con los invisibles hilos de una amistad más fuerte que cualquier temporal que nos azote.

Te quiero, Marigel.


(Felicidades, mi niña)

lunes, 14 de octubre de 2013

Así, azul. Así.


A veces te veo así, casi azul, anocheciendo, desdibujándote en una cabeza que te dibuja cada día porque lo que se ama nunca se olvida. Construyéndote sobre el horizonte, inventándome tu silueta donde rompe el agua.

Te pienso así. Azul. Sin la luz atronadora de los mediodías, mientras lame tus recortes de arena y piedra el océano y te acarician los vientos. Así, en silencio, azul, o gris, como si tanto tiempo me pintase los recuerdos de azul nostalgia, me robase tu luz intensa, el sol naranja de los atardeceres, el olor a sal de las madrugadas, el ronroneo salvaje del mar bajo mi ventana como un gato callejero rondando a una hembra.

Te veo así. Te veo con los ojos cerrados. Así. Y no me duele tu azul manso, tu luz tamizada por la ausencia. Volveré. Volveré a verte un día y le enseñaré tus rincones y tus callejuelas a quien quiera acompañarme en ese viaje. Quiero verte. Quiero compartirte. Y le contaré cómo es el soplo del Levante y esperaré a que se esconda el sol para que se enciendan sobre el agua los barquitos de pesca como estrellas, para que la luna nos sorprenda blanca sobre las azoteas y la cúpula.

Y cantaré con voz de febrero tus secretos, y resonarán felices mis pasos sobre los empedrados húmedos, y quizá otros pasos nuevos descubriéndote en la palma de mi mano, en el mapa de mis ojos. Y se asomará la vida a tus balcones y a tus miradores, y se encenderá mi alma y serás de nuevo mediodía, luz naranja, el color, la sonrisa de la madrugada.

Volveré. Y te dictaré mi nombre una vez más para que no se te olvide que siempre te quiero, que siempre te espero. Y escribiré en la arena otro nombre para que lo sepa el agua, o dejaré para siempre en blanco la playa secreta, el mar pequeñito donde se disuelve en amor y esperanza mi corazón.


(La foto es de mi amigo Manuel Sánchez Quijano. Volveré)

lunes, 23 de septiembre de 2013

Me vestiré de otoño


Me vestiré de otoño. Desnuda. Dejaré que caigan las hojas como si fuese ley de vida, como si un huracán no me hubiese arrancado de cuajo la primavera, como si un hacha implacable no hubiese talado las ramas que se expandían tan generosas, tan amorosas, tan protectoras sobre tu cabeza. Tranquilamente. Sin dolor, sin recordar que un día fue verde la memoria muerta.

Me vestiré de otoño. Desnuda. Guardaré en una cajita que jamás ha de volver a abrirse los momentos en que fui feliz. Inmensamente feliz: un par de días de piscina; la primavera echando flor en unas varas plateadas; el camino a La Hiniesta tapizado de amapolas; nuestras voces en la bóveda mágica de una cueva encantada; una cicatriz en la pierna derecha; el tacto tibio de las sábanas a medias; los besos que posabas en mis labios; los momentos en que me hacía pequeña entre tus brazos y la tierra dejaba de girar. Tu respiración tan al lado. Los ojos jodidamente azules de Michu. Estadio Azteca, que ya no suena en mi móvil. Los boleros en una bodega con nombre de motín. María la portuguesa. Un miserere de Aliste. Silvio quemando kilómetros en el coche. Limosna de amores. Todas las canciones que olvidaste perdido entre cantos de sirenas, más allá del océano, tan deprisa.

Me vestiré de otoño. Desnuda. Guardaré en una cajita que jamás ha de volver a abrirse aquellos te quiero que me sonaban a la música callada del mundo. El frasco negro de perfume transparente, el rastro de mi piel. Tus latidos después de galopar sobre mis sueños. Guardaré también mi presencia fuerte como un roble en la salud y en la enfermedad. Siempre. Acompañando, consolando, creyendo que era importante el soporte de mi hombro, mis ojos en tus ojos, mi vida por tu vida. Hojas muertas que ya son nada, que son viento, que mueren como muere todo en el otoño.

Me vestiré de otoño. Desnuda. Sin dolor. Sin mirar atrás. Sin rencor, porque sólo se puede odiar lo que no se ha amado de verdad. Como si nunca hubiese existido el verano, ni la primavera, ni aquellas noches de frío y niebla con la madrugada acariciándome el rostro de vuelta a casa, a caballo entre la vida y el sueño, la felicidad de tu abrazo, la paz en el vientre y en el alma. Mi almohada. Los hielos danzando en el vidrio, gintonic y vodka naranja: salud. El vapor alisando tu ropa como si yo te abrazase bajo las costuras. El corazón desbocado cada día como si fuese la primera cita. Aquel primer beso en el sofá. El olor a tormenta y a tierra mojada, los mediodías a medias, mi mano en tu mano. La confianza. La ternura. El hueco de tu espalda. Tu pelo oscuro entre mis dedos. Tantas veces. Nuestra risa. Hojas secas, hojas muertas que tapizan este otoño que me viste de otoño. Desnuda.

Hojas muertas que guardaré en una cajita que jamás ha de volver a abrirse para que nadie, ni siquiera tú, pueda destrozarlas. Para que nadie pueda rozarlas con sus dedos. Son mías. Porque yo soy alegría, carne, árbol, palabra. Lealtad, amor. Porque yo soy verdad. Porque he sido feliz aunque apostase contra el mundo a caballo perdedor. Y sé que vendrán nuevas primaveras, que escribiré nuevas historias porque la vida no se detiene en el punto donde me hubiese gustado apearme y bajarme del mundo para siempre. Hojas nuevas, savia nueva, brotes, nuevos veranos. Sin ti. Después de ti.

Me vestiré de otoño. Desnuda. Sin miedo. Me vestiré de otoño y de sonrisas, las puertas abiertas, caminos que nunca había pisado. Estos primeros pasos que cuestan un mundo hasta que aprenda a andar otra vez sola, tan sin contigo. Esperando el invierno como antesala de nuevas primaveras. Otros besos, otras sábanas. Una almohada mía. Otros días de verano, otras madrugadas contra el rostro, la felicidad del amor recién estrenado cada día. Pero fui feliz. He sido feliz y eso me guardo en mi cajita sin llave.

Me vestiré de otoño. Desnuda. Esperando nuevas caricias que cubran mi cuerpo sabiendo que es un tesoro que no pueden tocar las demás manos. Dejando el alma en cada centímetro de piel para que se la coma a besos quien de verdad tenga sed de beberme y tatuarme la primavera sin que le tiemble el pulso, sin miedo a pronunciar mi nombre en voz alta.

Me vestiré de otoño. Desnuda. Esconderé la cajita de hojas muertas en la memoria de los días felices. Y vendrá el olvido. Y seré de nuevo primavera, promesa, presencia verde de la vida y de la alegría.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Te llamaré por tu nombre

Para quien escribe dejándose la piel en cada esquina es más fácil bautizar a un león midiéndose en la arena con una bestia ante el mundo que elegir un nombre en un cuerpo a cuerpo, ganas de nuevas peleas entre tus brazos, en ese continente efímero donde sólo cabemos tú y yo.

Te he esperado como una gata sin celo y sin prisa, sin saber acaso que te esperaba y no sé el nombre que tienen los besos que sacian la sed de besos, si ni siquiera sé si habrá una próxima vez, si llegará un día sin urgencia en que mis dedos puedan descifrar si las carreteras que conducen a tu boca llevan a alguna parte.

Te llamaré por tu nombre. Y te lo dictaré al oído si tienes la poca prudencia de acercarte, de recortar distancias como quien se la juega de poder a poder, imponiéndote, venciendo. Porque sólo tú sabes que eres tú. Porque todos perdemos el nombre en el combate horizontal de piel a piel, en el cuerpo a cuerpo de quien alimenta el deseo de comerse a bocados y seguir viviendo sin nombre en días sin tiempo, en noches sin reloj, en la incertidumbre de repetir o no el vértigo de asomarte a mi escote, a mis labios sin miedo, el pulso acelerado, el corazón medio loco, el encuentro con el abismo, el tacto tan suave, la calma silente que siempre cierra una batalla.

Te llamaré por tu nombre porque me gusta cómo estalla la tilde contra mis dientes. Porque te mastico despacio, dos sílabas, seis letras. Y te muerdo sin guardarme nada. Porque conozco la mirada felina del primer encuentro, el león sobre la sábana, esta contienda, la promesa de ponerte un nombre con este orgullo de hembra restituida en su cetro.

Te llamaré por tu nombre. Y guardaré bajo la lengua la incógnita del próximo beso, por si sólo lo he soñado.


lunes, 2 de septiembre de 2013

Todo lo vence el amor

(Para JOSÉ MARÍA SILVA, que se nos acaba de ir)


Ayer hubo jarana en el cielo. Jotas, baile mayor, entradillas y fiesta. Eran cerca de las diez y el tío Silva se nos iba cantando su Palencia del alma, toda la música, la memoria llana de sus gentes, el alma de una tierra en las vísperas de su fiesta grande, en honra de San Antolín.

Pregonero de los saberes, de los decires, del cántico hondo de los pueblos; almacántaro de vocación, comandante de dulzaineros, juglar de las voces medievales, compañía de gigantes y cabezudos. Dulzainero de Tierra de Campos, personaje de alto riesgo, adictivo, enorme, inmenso como su abrazo, robusto como los árboles que nacen de la tierra y siempre apuntan a lo alto. Amor en cuatro letras. Chus.

Ayer hubo jarana en el cielo y aquí, pegados a la tierra, ese dolor que te araña sin anunciarse, que te roba las palabras. Dolor compartido en teléfonos y pantallas de ordenador, un sólo corazón latiendo, tanto amor. Dolor en centenares de gargantas que tantas veces hemos cantado, y brindado. Besos en los labios que tantas veces compartieron pipas y dulzainas. Abrazos en las manos que tañeron al alimón cítaras, zanfonas y guitarras, acordeones y todo tipo de instrumentos inventados y por inventar.

Alcalde perpetuo de la patria de los músicos, de los locos y de los bohemios, de los que buscan en las raíces del terruño la sabiduría de nuestros mayores. Generoso en cuerpo y alma. Embajador de los quesos del Cerrato, del paisaje palentino que dibuja montañas y cereales, de las puertas abiertas de la casa y del corazón; abanderado de la sonrisa perpetua, del abrazo que duele de apretado, de la generosidad sin fronteras que sólo conocen los hombres buenos.Te echaremos de menos y serás ya siempre canción, viento, caricia. Villaumbrales tan huérfano.

Gracias, querido Silva, por tanta compañía, por tanta amistad, por la anchura de la sonrisa y el abrazo, por la pasión de cada instante. Gracias por la música, por la memoria, por tanta alegría, por tanta amistad, por lo compartido, por lo festejado. Gracias por tu vida.

Todo lo cría la tierra, todo lo vence el amor.

Te queremos.


(Ayer, en las vísperas de San Antolín, nos dejaba  a los 52 años José María Silva Naveros, de esa gente mágica que conocí siendo hace ya muchísimos años de la mano del maestro Jambrina. El cielo está de jarana, pero aquí abajo te echamos horriblemente de menos. Un beso a los de su sangre Juan Cruz, Reyes, y a Chus, en su corazón, tan grande siempre a su lado. Descansa y cuídanos a todos allá arriba, querido amigo)


domingo, 28 de julio de 2013

Un año contigo tan sin ti

(Te quiero, Tere)

Escribo contra la madrugada, en esta madrugada de 28 de julio. Fuera sopla viento fresco, promesa de lluvias. Siempre me ha gustado pegarme al teclado en este silencio de la noche, cuando nadie me ve, cuando nada me obliga a estar aquí a pie de teclado pensándote, queriéndote, echándote de menos cada día hasta el dolor, sonriéndote cuando pienso que me ves y de alguna forma me sostienes allá arriba cuando me haces falta. Lo sabes.

Ha pasado un año desde ese 28 maldito, julio maldito, sábado maldito. Puto día. Aquel día. Aquel puto día. Aquella llamada sobre tantas llamadas sin respuesta. Tu nombre como si fuera otra cosa, en otro tiempo, en lo imposible. Aquel día sin calendario que nunca tuvo que existir.

Un año, Tere. Un año. Te fuiste. Te quedaste. Te hiciste tan grande, tan inmensa, tan en luz, que no te abarco cuando intento abrazarte. Que me falta voz para decirte lo mucho que te quiero; lo mucho que te extrañamos por aquí abajo. Aquel día. Ese día, ese descalabro.

Un año. Guti padre luchó como un jabato, tan valiente, tan digno siempre de ti, contigo, y tú con él. Guti hijo creció hasta una altura inalcanzable extendiendo sus alas sobre todos, sobre todo. Curando, consolando, rezando y cantando desde lo más profundo de su dolor, inventando esperanza.

Llegaron Daniel y Teresa y encendieron en luz tantos corazones desgastados. Siempre vence la vida. Cosí a mis carnes los nombres que tú elegiste desde el vientre: José Luis, Carlos, Héctor, Alberto y Ana Teresa, como si fuesen tesoros que proteger con mi propia vida. Cómo, cuantísimo les quiero. También lo sabes. Lo saben.

Aprendí a reconocerte en el olor cálido del horno cuando escupe gloria. En unos pendientes dorados susurrándome tu nombre al oído. En aquel correo que abrí cuando ya no estabas. En esta fábrica que te sueña cada día. En la estela del cántico y de los corales. En un charro de Mayalde que no se parecía a ningún charro de Mayalde, contigo tan sin ti. En los lazos de seda ondeando, proclamando la vida, en la mañana de la resurrección. En el pendón carmesí lamiendo el suelo de La Hiniesta, escribiéndote una carta desde la tierra. En aquel sonar de panderetas como un zumbido de abejas y de amor junto al mármol. En las rosas que florecieron sobre tu cuerpo en la mañana del 5 de febrero. Hermana nuestra.

Escribo y lloro y quiero rebelarme contra la vida y me contradigo. Porque eres, porque estás, porque te siento. Porque cierro los ojos y te veo, y te abro el alma y te escucho y siento tu risa, y tus cosas, y esas palabras sabias que me faltan cuando colocabas mis cosas en su sitio si yo las tenía tan descolocadas. Un año contigo tan sin ti, un año contigo tan en luz, sin tiempo que todo lo cure.

Escribo contra la madrugada porque así nadie me ve. Sólo tú, que estás en el aire y en todas las cosas. Que estás aquí, tan viva, tan presente, tan de verdad. Sólo tú.

Un año contigo, tan sin ti. Un año sin ti, tan contigo.

Te quiero, Tere. Te quiero con toda mi alma, así pasen los siglos.

miércoles, 3 de julio de 2013

Aproximaciones



Michu anda mosqueada por ese sentimiento patrimonial gatuno que a veces se nos pega a los humanos. La llegada de una bebé gato a casa la tiene revirada. Pero al menos he descubierto, después de dos años, que Michu sabe rebufar. Tan buena es. Santa gata.

Mi princesa del Siam se siente destronada. No entiende que hace mucho tiempo ella ya es una reina que ordena y manda como le da la gana en mis cosas. Que no sabría vivir sin su presencia sigilosa por la casa, sin sus ojos como canicas escudriñando todo; sin sus lametones y sus ronroneos por la mañana, sin su calorcito sobre mi cama por las noches o sin su pasar de mí cuando le da por ir a su bola, que lo lleva en los genes.

Me gustaría explicarle que ella era también un bebé cuando entró en mi vida; que me robó el corazón en cuanto la pusieron en mis manos y se escondió dentro del pie del lavabo. Que sólo ella sabe el balance de cada jornada, mis alegrías, mis lágrimas, el cúmulo de vida que meto cada noche entre las sábanas mientras desando la madrugada hacia un nuevo día en blanco.

Y aunque pasea cuando quiere por el teclado de mi ordenador, sé que nunca leerá todas estas cosas que le escribo, estas cosas que le susurro cada día como si me entendiese (porque sé que me entiende), ahora que anda mosqueada por ese sentimiento patrimonial gatuno que a veces se nos pega a los humanos.

Cuánto te quiero, Michita!!!


(Y a ti, pequeñaja, bienvenida. Siéntete princesa en este reino donde Michu brilla inmensa, como sus inmensos ojos azules, como la inmensa ternura que me produce sumar vida y tenerla cerca)

jueves, 27 de junio de 2013

En tus cuarenta

(Para Guti, mi amor-amigo-hermano, como él dice)


Todos los años, por febrero, tres días antes de las Águedas, tengo la buena o la mala costumbre de felicitar a mi hermano pequeño vía blog, probablemente porque si esto quería ser una fábrica de sueños, los sueños siempre vienen de la mano de aquellos que nos queremos.

Hoy es junio, 27, y escribo para ese otro hermano pequeño que me puso la vida, que no la sangre, aunque sienta su sangre como si mía fuera y daría hasta la última gota de mi sangre si la necesitase o me la pidiese, aunque es de los que apenas pide y siempre da, porque así lo mamó en casa.

He rebuscado en las viejas fotos: esas fotos en las que bailamos jotas en el patio de casa cuando llega la Pascua y sube Cristo Resucitado por la cuesta; las fotos de La Hiniesta junto al pendón, cuando hacemos camino y posamos año tras año a la entrada del pueblo con el camino culminado; las fotos de dos cachorros que me cuesta reconocer a las puertas del Cuartel Viriato cuando hicimos una fiesta de la ciudadanía y de la convivencia saltando sus muros y abriendo sus puertas; las fotos de febrero, que suenan al charro de Mayalde; incluso esas viejas fotos en blanco y negro que seguro que esperaba esta mañana en su muro de Facebook, él tan indio, tan étnico, con aquella melena negra y rizada, unos cuantos kilos de más -igual de guapo, amor, igual de guapo- y la vida metida entre dos trozos de pan para comérnosla en bocadillo.

He rebuscado en las viejas fotos y en los recuerdos, quizá porque hoy hace un porrón de años que me partí un tobillo cuando andábamos de celebración bandarra por Los Herreros. Aquellos primeros años de gigantillas y gigantes; los cuentos en la casa de Víctor, allá donde el Duero se hace desfiladero entre la piedra; el olor a tierra mojada de Sanabria y tus manos y tu ropa tiznadas de monte y de fuego; el frío de la madrugada del Viernes Santo, cuando Zamora no se va a la cama y espera en pie a que den las cinco. Aliste siempre verde. Febrero, siempre febrero. Las alboradas en Robledo; los sones de la gaita en las romerías. Esas cosas que nos contamos pero que nunca se cuentan. Tantos abrazos, tantos besos. Tanto, tanto...

Pero he optado por mangarle esta foto que colgó ayer en internet, tan tierna, entre los brazos de Tere, nuestra Tere, cuando abría los ojos al mundo después de campar en su vientre, tan seguro, tan generoso. Gracias siempre por traerlo a la luz.

Hoy Guti cumple 40 años. He tenido la suerte de estar cerca casi siempre, de ser, de compartir, de sentirme, de reivindicarme a su lado. He tenido la suerte de crecer y de verlo crecer y dejarle volar y seguir sumando y seguir compartiendo. He tenido la suerte de estar a su lado, de ofrecerle mi mano para levantarse si se caía, de tomar la suya y ponerme en pie cuando era yo la que andaba a ras de suelo. Esas manos que cosen el alma, que curan, que rezan y cantan.

Y así seguimos, sumando vida, y alegría, y lágrimas, y ausencias y bienvenidas. Cada uno en lo suyo sabiéndonos ahí. Queriéndonos tanto. Tanto, tanto que me emociono escribiendo esto, que en el fondo sólo quiere un beso de metralleta como los de la abuela en las sus maninas, un abrazo de esos que duelen y un brindis para que la vida me deje seguir disfrutando del privilegio, del impagable regalo de saberte, de sentirte, de ser en ti. De que seas en mi. En tus cuarenta, en tus matinales besos. Antes, mañana, siempre.

Te quiero con toda mi alma, cariño. Felices cuarenta.

sábado, 4 de mayo de 2013

Agenda


La vida es un listado de nombres, un listado de números. Cifras y letras que redactan lo que somos, cada uno de los pasos que hemos dado sobre el tiempo.

He repasado la agenda de mi teléfono en estos últimos días como quien hace un examen de conciencia, el balance de miles de horas, de miles de emociones, tantas palabras. Agenda sin papel y sin boli. Agenda sin versos; agenda con los ojos cerrados, tanta vida, tantos lugares, tantos nombres.

Casi novecientos números, memoria de los que ya no están, de los que fueron llegando, de los que se marcharon, de los que me habitan para siempre. De los que suman, de los que restan. Nombres que me enseñaron a crecer, a caminar, a ser.

Esos nombres que me resisto a eliminar porque no quiero perderlos en la pantalla de mi vida, en la memoria de mi alma: la A de Ana, aquella pintora prodigiosa y mágica que inventaba mariposas; la N de Navalón, Alfonso, pluma de hiel y terciopelo, que contaba los toros como nadie; la T de Tere, que va escrita a flor de piel, cada día. Porque les sigo esperando. Porque en el fondo pienso que algún día se encenderá mi teléfono y sonará al otro lado su voz, y podré decirles lo mucho que les echo de menos.

Nombres, números, tanta vida, tantas cosas. Nombres que se apearon de mi vida sin dolor, amistades de papel de calco que el propio tiempo va borrando de la agenda donde un día fueron escritos.

Nombres de agua y de sal, de la novia del mar, de la luz insultante de mi Cádiz, al sur del sur. Nombres dorados como la piedra dorada de Salamanca. Nombres de música y de cánticos; nombres tecleando madrugadas en una redacción, nombres en tendido de sombra, tardes de sol y moscas, la vida y la muerte sobre el albero. Sonrisas que llegaron sin ser convocadas y pintan de alegría cada día. Palabras que apaciguaron mi alma cuando más sed tenía. Amigas. Amigos. 

Nombres grabados en el corazón, en las entrañas, cosidos a mi propio nombre. Tu nombre. Tu nombre tan dentro, tan querido, incluso en la frágil línea que separa el amor del odio, que sólo es amor vestido de invierno. Tu nombre sobre todas las cosas. Siempre.

He repasado mi agenda como quien repasa un camino sustentado en nombres y números. Y ahora, guardados en una nueva agenda, siempre a salvo, le doy gracias a la vida por haberme escrito tantas cosas bonitas con la invisible tinta de la emoción; por la infinita suerte de escribir mi nombre junto a los vuestros y seguir haciendo camino.




(La foto es de www.masterturismoourense.blogspot.com)




martes, 22 de enero de 2013

Nieve


De pronto el invierno se hace palpable y nieva tras los cristales. Pero nieva sin prisa, mansamente, sin apenas rozar la tierra. Nieva en silencio, como si no quisiera nevar. Y de pronto cesan los copos y todo es agua y humedad sobre los adoquines, y una claridad que quiere romper pero ya no puede porque en nada vendrá la noche con su cortina oscura.

Nieva sin nevar apenas y mi corazón es como esta ciudad, que se empapa sin importarle, despreocupada, esponjada, abierta, limpia con el beso frío de esta nieve que no extiende su sábana en las calles ni sobre los tejados pero lava el cielo como si nunca se hubiera inventado el dolor ni la culpa.

Como si la memoria fuese la nieve que de cuando en cuando cae sin pedir permiso para hacerse nada y ser de nuevo la ciudad de siempre, lo cotidiano, la piedra en naranjas, el verde que nunca renuncia a la primavera, que siempre se impone al invierno; una ventana abierta al futuro, la paz sobre mi almohada. La vida a raudales cuando amanezca un día más, esta luz blanca que no hiere, que sólo acaricia con su pañuelo, que sólo espera y viste de blanco mi alma.




(La imagen está tomada del blog www.rinolofo.blogspot.com)



martes, 15 de enero de 2013

Pintando el cielo


(Para Fili Chillón)

Andarás ya pintando el cielo. O describiéndolo verso a verso, igual que tantas veces has pintado y contado las cosas de nuestra Zamora, el rumor del Duero a su paso por Marialba, el crepitar de las espigas, la textura del adobe y de los palomares, el sonido del viento en los meses del frío, las madrugadas del Viernes más santo junto a la iglesia de San Juan, la rima pausada de los días y de las noches contemplados a través del mirador que vierte a la Plaza de Zorrilla, junto al bronce y a la fuente.

Pintando vida. Regalando vida, tanta vida, tanto amor, tanto cariño, ya sin las heridas en el alma y los dolores en el cuerpo. El mapa de las ausencias de los que se fueron; esa artrosis que retorcía tus dedos como cepas viejas y sabias, por mucho que te rebelases para seguir enlazando palabras, sentimientos, emociones más allá del lienzo y del papel.

Así, Fili, Sonriendo, tan guapa. Celebrando entre flores por las miles de flores que mil veces regalabas como besos en la distancia, como una bienvenida para el que siempre regresa. Abarcando el mundo con tus ojos inquietos. Acariciando con la voz a través del teléfono o compartiendo mesa y sobremesa, recitando con la misma ilusión de una niña que muestra su primer poema al mundo. Tan prolífica, tan rebelde ante las jugarretas de la vida, siempre en pie. Energía, amor en estado puro.

Andarás ya pintando el cielo. Adivinando el por qué de estos grises, de este frío que corta la piel como un cuchillo en las madrugadas, de las lluvias venideras. Ensayando azules y soles para que cuando llegue la primavera y todo sea verde y comience de nuevo el ciclo de la vida. Yo buscaré tus huellas, me dejaré acariciar por tu palabra sabia. Y celebraré tu vida bien cumplida sin pena; con alegría y agradecimiento por la buena, la inmensa suerte de haberte tenido tan cerca, tan al lado. De haberme sentido tan querida, tan mimada.

Y brindo, Fili. Brindo al cielo porque sé que andas pintándolo de sonrisas, descifrando los versos del aire, descumpliendo años, cobrándote abrazos que aquí abajo eran ya imposibles, resarciéndote de los dolores que nunca cambiaron el signo de tu sonrisa, la ternura de tus labios. Porque celebrarte es llevarte dentro, hacer memoria de tu camino y que nunca venga la muerte a borrarte con su soplo implacable.

Y así tú permaneces escrita en el viento.

Buen vuelo, querida.



(La foto, enviada por su hija Cristina, es del último cumpleaños de Fili Chillón, que se nos fue con las últimas horas del año. Ese día Zamora estaba más apagada, más triste, más sin color y sin versos. Te queremos)




domingo, 13 de enero de 2013

Cádiz comienza a cantar


Comienza la cuenta atrás. Esta noche el Falla abrirá sus puertas, se alzará el telón y sonará el primer tango. Y Cádiz comenzará a cantar como una novia que siempre acude al encuentro de febrero, que siempre desemboca en las noches de La Viña con olor a sal y la humedad de la madrugada sobre la piel, con las gargantas rotas y el mar deshaciéndose contra las piedras del Campo del Sur.

Yo me pegaré un año más al ordenador para escuchar con el alma, para emocionarme mientras descontamos los días. Y cerraré los ojos y me dejaré acariciar por el viento de Levante y de Poniente. Y pisaré sus empedrados, y seré como el aire que recorre sus callejuelas estrechas, como la brisa que va y vuelve desde la orilla mientras esperamos la primera luz como quien reza a un dios infalible.

Y sonreiré. Porque tú, mi Cádi, eres la novia del mar. Porque siempre cantas, por encima de los siglos, por encima de las penas. Porque eres la Tacita de la Alegría. La ciudad que canta cada día. Y yo te escucho y te abrazo, te llevo dentro y sigo cantando contigo.


(La foto, maravillosa, es de mi amigo Manuel Sánchez Quijano, que siempre me presta sus ojos para que la veamos así de guapa. Feliz Carnaval, Tacita. Cuánto te quiero!! )

domingo, 6 de enero de 2013

Queridos padres, queridos Reyes


Queridos padres:

No dejéis de ser jamás mis reyes. Los únicos en los que creo. Los únicos magos que conozco. Los que siempre estáis. Los que nos dejáis marchar y nos esperáis cuando regresamos con las alas rotas sin preguntar nada. Los que nos restañáis las heridas del camino bajo vuestra sombra y nos ayudáis a prepararnos para volar de nuevo.

Sé que por mucho que vuele, nunca estaré a vuestra altura. Que nunca sabré compensaros. Que por mucho que crezca, no rozaré el inalcanzable techo de vuestra generosidad sin pedir nunca nada, de vuestro impulso sin decir. Siendo, estando.

Gracias, papá. Gracias, mamá. Por tanto. Por TODO.


(La foto es un mural de mi padre. Unos niños juegan a orillas del Duero, en esta mañana en la que miles de niños juegan gracias a la magia de sus padres)