miércoles, 18 de diciembre de 2013

Te quiero, Marigel


Son las 0.01 de la madrugada. Ya es 18 de diciembre. Tu cumpleaños. Y un poco el mío, porque una parte de mi vida va cosida a tu vida. Porque te llevo tan dentro que me duele tu dolor y me inunda tu alegría. Y cumplo años contigo cada 18 de diciembre, en el día de la Esperanza, esa que nunca se pierde pero que a veces se desdibuja entre la niebla de los veranos sin sol, de los inviernos sin tiempo.

Te escribo así, de noche, como tantas veces he escrito con el corazón al borde del precipicio. Porque sigo con los bolsillos vacíos y el corazón lleno de palabras que a veces no digo pero que conoces. Palabras que sabes sin que yo diga, sin que yo haga. Amiga mía. Amiga. Queridísima.

Hoy cumples años, y es como si en estos doce meses últimos hubiésemos quemado miles de años, miles de vidas, miles de kilómetros. Todo tan lejos. Todo tan irreal. Todo tan distinto.

Pero tú eres real. Tú permaneces. Tú siempre, aunque no te abrace, aunque no te vea. Tú siempre cuando cierro los ojos y siento tu mano cerca de mi mano y tu sonrisa provocando sonrisas en mis labios para que se abran de nuevo a la vida. Tú estás, tú eres. Tú siempre.

Y yo, que no puedo regalarte nada con mis manos vacías, te dejo por escrito esta declaración de intenciones, esta declaración de vida siempre contigo, al lado, por muchas carreteras que tracemos en un mapa donde las distancias no existen. Sumando. Viviendo. Sonriendo. Mirando más allá del dolor, pasando de puntillas por el olvido.

Yo, que no puedo regalarte nada, te dejo esta foto con la luna de agosto brillando en mis pupilas aún enamoradas, en tus ojos asomándose a una vida nueva, en las lágrimas bebidas a sorbitos pequeños a solas, o juntas en un abrazo que aún duele, en el futuro que por fuerza nos tiene que reservar un huequecito en la isla de la alegría.

Porque tú eres mi regalo sumando, cumpliendo, viviendo. Y haces que vuelva a escribir en esta fábrica de sueños sin sueños para darte un beso antes de irme a dormir con la promesa de soñar y volar juntas, y regresar al tiempo de las confidencias, de esos secretos que morirán en nosotras y que nos atan con los invisibles hilos de una amistad más fuerte que cualquier temporal que nos azote.

Te quiero, Marigel.


(Felicidades, mi niña)